Acuden puntuales a nuestra cita a primera hora de la mañana. Algunos se conocen entre ellos, y quienes no, se lanzan rápidamente a presentarse. Incluso escuchamos algún tímido piropo entre colegas de profesión. “Me encanta lo que haces”, dice uno de ellos, en lo que es un primer acercamiento entre jóvenes profesionales que, lejos de considerarse competencia, parecen celebrar el éxito de sus compañeros. Algo que, sumado a la puntualidad demostrada, demuestra su calidez humana y su compromiso con el trabajo bien hecho.
Y es que, aunque pueda parecer precipitado, hay conclusiones que advertimos al segundo, apenas diez minutos después de reunirles. Son jóvenes, sí, pero sus ganas de comerse el mundo son arrolladoras, y el convencimiento de que alcanzar el éxito pisando a los demás no es una opción parece ser compartido. “¿Qué tal vais con la colección?”, se preguntan unos a otros mientras nos sentamos a tomar un café en lo que el equipo encargado de fotografiarles, a ellos y a varios modelos que lucirán sus prendas, ultima los detalles en el estudio. Luego tendremos la oportunidad de hablar con cada uno individualmente, pero esta primera toma de contacto informal y relajada permite a uno percatarse de cuáles son los temas que más preocupan a este grupo de talentos emergentes. Miedos y reflexiones que comparten muchos de los que sueñan con hacer de la moda su forma de ganarse la vida en nuestro país.
De la búsqueda de inversores y ayudas para afrontar el mayúsculo reto que supone presentar sobre una pasarela, a la necesidad de internacionalizar sus marcas como única forma de lograr su objetivo. Un propósito que poco tiene que ver con el aplauso del público o las apariciones en prensa, sino con el poder dedicarse a la que es su pasión sin tener que depender de un segundo (y precario) trabajo para poder pagar el alquiler o la luz. Y es que son varios los que, además de liderar sus firmas mientras persiguen una consolidación financiera, compaginan su labor creativa con una actividad extra que les permite afrontar los gastos del día a día. Unos trabajan como dependientes en tiendas del gigante fast fashion, mejor embajador (o enemigo, según se mire) de la moda española. Otros directamente se cuestionan su futuro, llegando a plantearse dejar a un lado la moda y dirigirse hacia un sector de actividad con más oportunidades. O al menos aparcarla temporalmente.