Kenneth me recibe en su velero Narinan. En tierra, reposa en el Real Club Marítimo de Barcelona. Es una tarde de primavera en el Mediterráneo y calienta el sol. Sorteamos el bar del club para llegar a su barco. Todas las personas que nos cruzamos en ese corto trayecto le saludan por su nombre; se nota que está en casa. Nos sentamos a hablar en la proa del barco. Me ofrece té. 
Kenneth es marinero y patrón de barco desde los 18 años. Pero a los 30, su fascinación por la cultura y el arte le hizo abandonar el mar durante un tiempo y vivir en tierra. Trabajó como diseñador de ropa y zapatos durante 10 años hasta que esos placeres terrestres no fueron suficientes para él. Volvió al mar hace dos años.

Hoy Kenneth es un hombre hecho a sí mismo. Ha hecho los deberes: ha estudiado la legislación vigente. Pero lo más importante es que ha encontrado la fórmula que le permite vivir en el mar y sólo del mar: organizar salidas en grupo con su velero la mitad del año, y navegar solo y libre el resto del tiempo.
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Salidas en barco

Kenneth me explica que normalmente el Narinan les espera en una isla. La meteorología decide las calas y el trayecto. Le gusta enfocar esta experiencia como un trabajo en equipo. A pesar de ser el patrón del barco y cocinero, todo el mundo puede participar en estas tareas.

Todas las personas que han vivido esta experiencia la definen como mágica, como un momento de introspección que crea un efecto parecido al de la meditación; una experiencia vital. Kenneth desvía sutilmente los cumplidos. Me explica que este estado se crea como resultado del tipo de gente que se sube al barco y de los lugares a dónde él les lleva. Filtra bastante las personas con las que viaja y no le gusta anunciarse en ningún sitio. Si percibe que lo que el grupo busca no coincide con lo que él ofrece prefiere declinar la oferta. La constancia y la linealidad de esos días rodeados de naturaleza al final llevan a pensar en cosas más profundas, justifica. Kenneth ha navegado por todos los océanos menos el Pacífico. Dice que le encantaría ir, pero no le obsesiona.
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The man who sails with the stars

Así le llaman. A Kenneth le gusta volver a los orígenes de la navegación prescindiendo del GPS. En alta mar se posiciona con la carta náutica a través de los astros. Esto da una dimensión muy diferente de la naturaleza, ya que se tiene que conocer muy bien el funcionamiento del cosmos, del firmamento.

Esto le ayuda a darse cuenta de que tan sólo somos una partícula minúscula dentro de todo el Universo. Y siente paz y sosiego. Se siente más cerca de la realidad, aunque esté navegando solo y exponiéndose a más peligros. Afirma que siempre priorizará esta vida al nuevo mundo virtual inventado por los hombres. Le genera angustia la modernidad comparada con la naturaleza. Sin GPS hay que mirar al exterior. Ahora miramos a una pantalla. Kenneth confiesa estar obsesionado con la importancia de estar conectado con la naturaleza: “Sólo se puede proteger aquello que uno ama y sólo puede amarse aquello con lo que se está verdaderamente conectado.”
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Mar y amor

Se crea un largo silencio después de preguntarle qué echa de menos de la tierra cuando pasa mucho tiempo navegando. Todas las expresiones de su cara cambian: “La persona a la que quieres”. Percibo a un Kenneth más sabio y más curtido que ha concluido que ser navegante extremo no es compatible con el amor. “Cuando era joven, estaba muy enganchado a la imagen de mí mismo navegando. Ahora me he dado cuenta de que no es lo más importante. Lo importante es perdonar a los padres, o hacer las paces con los amigos con los que nos hemos enfadado; este tipo de esfuerzos. Ser navegante es accesorio. El Pacífico puede esperar o esa persona podría ser el Pacífico”, sonríe tímidamente.
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