Audaz, carismático y tras el pseudónimo de Perezfecto, Marcelo Pérez, diseñador gráfico e ilustrador chileno, goza del don de convertir cualquier escena cotidiana en un retrato perspicaz e ingenioso de la condición y la conducta humanas. Y nos guste o no, se encarga de que todos nosotros estemos reflejados y quedemos retratados en alguna de sus viñetas. A Marcelo no se le escapa ni una. Y pensabas que tú te librarías…
Nadie sale exento de haber caminado de la mano de la inoportunidad, de la cursilería o de la pretenciosidad. Demasiado inocentes o demasiado pedantes. Delirios de grandeza, simple torpeza y demás descuidos que nos han podido dejar en evidencia. Solo alguna que otra vez. Víctimas de la exageración, del arrepentimiento, del egoísmo, de la neurosis, de la envidia injustificada. De alguna cosa habremos pecado.

Él ya lo dice, nadie es perfecto, y viene para recordárnoslo. Todos hemos sido retratados. Seguro que recordamos –aunque nos empeñemos en negarlo, que del engaño también se vive– alguna situación bochornosa, desafortunada o penosa donde hayamos sido cómplices de la teatralidad, la inseguridad o de demasiada heroicidad.

En mi cabeza, tan omnipresente como sagaz, un rostro enigmático pero con lápiz en mano anota las acciones más recurrentes y patéticas que protagonizamos –en demasiadas ocasiones, quizás–, los humanos. No hay tregua con este lince. Y ríe, incrédulo, mientras dibuja estas viñetas que gritan aquello que no decimos, que eludimos o obviamos, aquello de lo que no nos damos cuenta o simplemente decidimos negar. Una invitación para ver desde sus ojos el circo que entre todos protagonizamos.
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Marcelo, no dudo que eres una persona más que interesante. Pero hablemos de Perezfecto, tu personaje. ¿Cuándo y por qué nació este alter ego?
¡Gracias por lo de interesante! Mucho mejor piropo que ‘guapo’. Verás, Perezfecto nació en 2014 mientras buscaba una identidad virtual relacionada con mi apellido, uno de los más corrientes en Chile, país donde tener ancestro europeo es símbolo de estatus. Pude haber usado mi apellido materno —de origen francés y más intrincado—, pero preferí el paterno porque era fácil de pronunciar y nada snob. Cuando eres nadie en Instagram empiezas subiendo de todo y sin filtro: paisajes, textos y muchas selfies, pero luego decidí enfocarme en ilustraciones con estilo definido y un mensaje simple, directo, que fuese reconocible y muy viral. O sea, un meme. La gente se enganchó a partir de 2016 y el resto es historia.
Tu estilo, cambiante, evoluciona hasta que decides apostar por ilustraciones muy pop, de estética retro, que recuerdan al cómic. Ahora parece ser un rasgo característico por el que se te reconoce. ¿Por qué te decides por este formato?
Algo que nunca me gustó de los memes es que, aún siendo muy chistosos y certeros, son penosamente pobres a nivel visual. Yo quería cambiar eso y producir imágenes que desees coleccionar, colgar en tu habitación o ver estampadas en papel higiénico. Escogí el estilo cómic por mi afición a la estética vintage –cine, revistas, música, mi certificado de nacimiento– y por un motivo práctico: cuando tu meta es parir al menos tres dibujos por semana, más vale simplificar el proceso. Y para eso, nada mejor que colores planos y contornos duros. El truco es que no se note pobre.
En tus ilustraciones existe una vertiente muy social, analítica y retratista de la realidad, un ojo crítico que no sólo se limita a ir tras la búsqueda de aquello estético.
Eso me interesa. No comulgo con el arte ‘onanista’, por mero goce estético. Yo utilizo la imagen como vehículo para un discurso (porque facilita la digestión de ideas), y también para hacer crítica social. Mi objetivo es dejar pensando al espectador más que sacarle unas risas. Me gusta incomodar, mostrar las costuras y los parches. Como dijo S.J. Perelman, “El propósito del humor es ofender”. Si estuviera en una librería, me encontrarías en la sección Sarcasmo.
“Entre los mayores desafíos está plasmar algo que caracteriza a nuestra especie: la capacidad de fingir, de sentir una cosa y decir otra. Me gusta desenmascarar eso, declarar lo que la norma social impide por diplomacia o modales.”
Te leí diciendo, “De repente uno quiere comunicar algo y no solamente demostrar que dibuja bien”. ¿Cómo definirías tu mensaje?
Un ilustrador no es un dibujante, o no solamente. Aunque suene contradictorio, lo que hago tiene menos que ver con la forma y más con el mensaje. Obviamente pongo cuidado en mi arte, pero la forma es una herramienta que facilita el acceso a lo que quiero decir. Si, en cambio, mi foco fuese el trazo, estaría dibujando, pero no necesariamente comunicando. Tal vez suena enredado. Es que quiero parecer inteligente.
En tus diseños pones de manifiesto la importancia tanto de la forma como del contenido. Pero imaginemos que en una de tus ilustraciones tienes que prescindir de dibujo o de mensaje. ¿Con qué te quedas?
Si por ‘mensaje’ entendemos texto, puedo prescindir de eso. Mi naturaleza y formación profesional están orientadas a comunicar con la imagen. Elegir texto querría decir que no soy ilustrador y tendría que dedicarme al indecoroso oficio de escribir blogs o tweets. Aunque sí que escribo, la imagen por sí sola ya es mensaje y, si te pones a pensar, la tipografía –aquello que leemos– también es imagen. No hay escapatoria, y la mejor prueba es que he usado la palabra tres veces en esta respuesta.
Y en el proceso de creación de una ilustración, ¿qué te viene primero, el dibujo o el mensaje?
Para mí, la técnica debe estar siempre al servicio de la idea y no al revés. Lo primero es pensar qué quiero decir: puede ser un parto o surgir espontáneamente de alguna vivencia. Una vez resuelto eso, estudio la mejor forma de contarlo, la escena y personajes que sirvan para transmitir correctamente la idea, generar identificación y, si los dioses están de humor, reducir al máximo la posibilidad de interpretaciones erróneas o críticas.
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Te burlas de la hipocresía, la pretenciosidad; de las conductas más cretinas y estúpidas de la condición humana; a su vez, muchas de tus ilustraciones muestran las inseguridades de la sociedad contemporánea. ¿Cuáles se te presentan como un reto más desafiante que descifrar?
Igual que el personaje Eddie Felson en la película El color del dinero soy un estudioso de la conducta humana, de sus motivaciones y de por qué la gente actúa como lo hace. Leo mucho sobre ciencias sociales y en la calle o reuniones observo y tomo notas mentales que enseguida llevo a dibujo. Entre los mayores desafíos está plasmar algo que caracteriza a nuestra especie: la capacidad de fingir, de sentir una cosa y decir otra. Me gusta desenmascarar eso, declarar lo que la norma social impide por diplomacia o modales, y el arte permite hacerlo de forma graciosa, endulzando la acidez.
¿Qué situaciones, casos o circunstancias invitan a ser retratadas? ¿Dónde o en quién te inspiras?
Me gusta lo irreverente, burlarme de la belleza, cursilería y solemnidad. El tema amoroso es blanco fácil porque reúne todo eso y aunque en teoría es siempre idílico, en realidad descubres que nada es ni tan bello ni tan serio. Como fuentes de inspiración temática mencionaría a Rebel PinUp, The Blank Future, o itsPeteski. A nivel estético me gusta el trabajo de Niagara, Sveta Shubina, Ryan Heshka, J. Bradley Johnson y una pelota de comiqueros viejos que ni ellos saben cómo se llaman.
Es evidente que te inspiras observando y reflexionando sobre situaciones ajenas. No obstante, ¿te encuentras a veces inspirándote también en ti?
¡Totalmente! Aunque Perezfecto no es el lugar donde ‘desnudo mi mundo interior’, reconozco que varios contenidos tienen que ver con mi propia experiencia en situaciones sociales, sentimentales o generacionales. Y es súper chistoso y gratificante descubrir que muchas personas de distintos países, sexos y edades sienten o viven lo mismo que yo. Es muy loca esa sintonía pero me interesa.
“Un artista no debe vivir disculpándose porque el arte es provocación.”
Muchas de tus atrevidas ilustraciones requieren sentido del humor y una actitud irónica, algo que en Internet parece escasear en ocasiones, una comunidad con tendencia a ofenderse. ¿Cómo llevas la tolerancia –o su ausencia– del público en las redes?
Es parte del juego cuando haces humor gráfico. No es que viva buscando pleito o que toda mi obra sea ironía, pero cuando quiero disparar contra algo, encuentro la manera. Un artista no debe vivir disculpándose porque el arte es provocación. Tampoco le doy muchas vueltas a la forma en que cada persona interpreta el mensaje porque no todos entienden lo que leen (analfabetismo funcional, que al menos en mi país es relativamente alto). El cerebro emocional termina su desarrollo recién a los veinticinco y cada observador proyecta en la obra su propia experiencia, sesgos, complejos y agenda. Si tuviera que hacerme cargo de todo eso sería psiquiatra, no artista.
¿Y el plagio? Estás muy involucrado en los derechos intelectuales de los artistas, llevándote así a impulsar un proyecto que proporciona información para la gestión del desempeño profesional de artes gráficas. ¿Empezaste a ver tus ilustraciones en demás cuentas sin tu permiso?
El plagio es pan de cada día y hay que saber manejarlo. Al principio odiaba que una cuenta compartiera mi trabajo sin citarme, pero luego observé que la gente realmente interesada me busca, hace su tarea. Desde entonces, solo reporto a cuentas que borran mi crédito. Pero sí, fundé Grafiscopio, entre otras cosas, para alertar y enfrentar estas prácticas, pues he sido víctima de infracciones más serias de carácter comercial y no quiero que nadie pase por eso.
¿Qué le dirías a alguien que esté empezando en este oficio?
Que se puede vivir de la ilustración pero debes tener claro que arte y negocio viven juntos, no están divorciados. Hay que cumplir tres requisitos: saber venderse, desarrollar olfato para lo que atrae público, y procesar la crítica –rescatando la que sirve y tomando distancia emocional de la que no. Quien piense dedicarse seriamente a este oficio debería leer la Carta a un joven que se propone abrazar la carrera del Arte, de R.L. Stevenson (1876).
¿Y qué planes tiene Perezfecto para el futuro?
Si abro la boca puedo cometer el error que advierte Derek Sivers: cuando cuentas tus proyectos, el cerebro los da por hechos y entonces los postergas o abandonas. Seré cauto y diré que voy a seguir ofreciendo dibujos a pedido –una veta muy rentable que descubrí este año– mientras trabajo en una línea de productos y negocio mi primer libro con una prestigiosa editorial. Noticia en desarrollo.
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