Nos recibe puntual en su productora y sin dudarlo le facilita el trabajo al fotógrafo buscando un punto de luz bajo las nubes de un día lluvioso. Mientras espero, me fijo en los libros que hay en las estanterías, encima de la mesas y en el borde de la escalera. Novelas, libros de arte, fotografía y de lugares lejanos, junto a un ejemplar del clásico Paisatges de Catalunya. Un espejo cóncavo domina la zona de trabajo, en contraste con unas lámparas orientales de colores chillones. Isabel Coixet está a punto de estrenar su última película Nieva en Benidorm, y la encuentro tranquila.
Nos acomodamos a una cierta distancia y nos quitamos la mascarilla. Me dice que sin ser negacionista, no vive atemorizada por el Covid-19. Precisamente del miedo a vivir, habla su nueva película. Protagonizada por dos actorazos ingleses: Timothy Spall y Sarita Choudhury en los papeles de Peter y Alex, el film transita entre la melancolía, la supervivencia y la necesidad de amar de sus dos personajes centrales. Durante la entrevista, Isabel proyecta su amor por el oficio de contar historias que emocionen y salpiquen al espectador, aunque en algún momento haya dicho que la vida de un cineasta es dura y absurda. Como cualquier creador de pro, la directora convive con sus contradicciones y al igual que la mayoría de personajes en el film, pienso que ha aprendido a aceptar las derrotas de la vida. Quizás por ello, recoge en la película estas palabras de la poeta confesional Sylvia Plath: “Si no esperas nada de nadie, nunca te decepcionaran”.
En Benidorm coexisten la belleza y la fealdad. ¿Qué tiene ese lugar que atrapa a tanta gente?
Todo empezó con la preparación de un documental sobre la costa mediterránea, para reflejar como las distintas generaciones han ido a su manera destruyendo el litoral. Nunca había estado en Benidorm, hace nueve años llegué allí y todo me pareció un horror. Sin embargo, a los pocos días, te das cuenta de que esa extraña mezcla de mundos, la gente que ha nacido allí, el estudioso que te cuenta todo el recorrido que hizo Sylvia Plath, los sitios escondidos donde se come muy bien, y la gente mayor del Imserso, te va ganando. Para mí es una cosa muy extraña. En Benidorm la gente está contenta, no sé ahora, te hablo de cuando el rodaje, o durante las localizaciones y todos los viajes que hice siempre en invierno. Lo que más me fascinó es que ves a la gente contenta, que es algo muy raro...
¿Cómo te lo explicas?
La gente del Imserso accede a una felicidad democrática, accesible y que les llena. Se sienten libres allí. No existe la mirada despreciativa de otras generaciones, ni el aislamiento, y se sienten libres y plenos. La gente se pone a cantar, o se pone a bailar en medio del paseo, (¡no me lo he inventado yo!), los grupos de coros se reúnen cada día. Es verdad, cantar, cantar, no digo yo que canten muy bien, el repertorio es limitado, pero la fe y la alegría que ponen en ello, a mí, que soy de talante melancólico-depresivo, me produjo mucha ternura. Evidentemente, luego está la corrupción urbanística, los crímenes ecológicos y contra el litoral… Pero sin embargo, hay algo en ese atardecer con la silueta de los edificios. Es una mezcla entre Ballard y El Principito. Te atrapa, te fascina, y de repente ves cómo esos mundos se unen. Las locas de las despedidas de soltera, que probablemente es el acto tribal más ridículo de la historia, se cruzan con las señoras que se hacen cada día siete kilómetros entre las dos bahías, y los cochecitos eléctricos. Hay algo que te estalla en la cabeza y tienes que escribir Nieva en Benidorm.
Describes la meca del nihilismo...
Sí, es la pesadilla del buffet libre que a mí me parece el infierno. Recuerdo un día del rodaje que no tuvimos más remedio que comer en un buffet libre, y no pude. Desde pequeña me pasa. Ya cuando mis padres me llevaban a comer a un buffet libre porque era súper guay, no lo disfrutaba. A mí dame un menú, déjame leer, dame opciones, dame una carta...
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La película empieza en Inglaterra, el centro neurálgico del capitalismo, planteando una situación posible para cualquiera que pague una hipoteca a un banco. Y pensé, qué bien, esto va a ir por aquí...
¡Y… no! (risas).
¿Por qué ese giro? ¿No te pareció suficiente como tema, o era útil el arranque para llegar donde querías llegar?
A mí como espectadora me pasa una cosa que he analizado. No quiero que nadie me dé su visión de la realidad. Yo prefiero que me planteen una panoplia de temas, que los apunte y que me deje a mí hacer mis conexiones. Nieva en Benidorm parte de mi angustia actual como espectadora. Me gustan cada vez más las películas donde no todo está explicado, las cosas ambiguas, los momentos que no se explican son los que recuerdo. Mi momento favorito de Nieva en Benidorm y seguramente te habrás dado cuenta, es cuando él la está esperando fuera del club, ella sale y enciende un cigarro, le cae una chispa en el pelo y se le empieza a quemar. Él intenta apagar la chispa, y ella no le da ninguna importancia. El personaje es alguien que cuando se le acerca una mano, no la rehúye.
Ese gesto explica muchas cosas...
Para mí, ese momento, que ocurrió por azar en el rodaje y que Sarita ni se dio cuenta de que se le estaba quemando el pelo, es el que más me conmueve.
Ciertamente, el personaje de Alex es muy ambiguo. De todos los personajes de la película, es el que dejas más abierto a la lectura del espectador.
Sí, a Sarita, que además es alguien a quien quiero mucho, le dije: yo quiero que seas como Linda Fiorentino, un 25% menos mala y muchísimo más ambigua. No quiero explicar de dónde vienes, ni si has abortado diecisiete veces... Ayer leía esto de Meghan Markle que cuenta su aborto en The New York Times. Y es como, chica, ahórramelo, sobre todo porque hay un continente aquí al lado con niñas de trece años que quieren abortar y no las dejan. A mí me ha parecido tan obsceno. Es como las personas que tienden a la depresión. No lo sacralicemos, ni lo demonicemos, ni tampoco hagamos gala de ello. Creo que la película responde a esta cosa mía de no querer dar muchos datos. ¿De dónde viene Alex? Pues mira, no lo sé. Bueno, sí lo sé pero, para qué explicar tanto, ¿no? ¿Cuántas generaciones llevamos desde que se inventó el cine? ¿Cuántas maneras de entender las películas hemos recorrido? Vamos a dejar que el espectador haga alguna cábula si quiere; y si no, también. No hay una explicación muy cartesiana a todo.
Creo que este planteamiento favorece la historia. No nos masticas ni cómo ni por qué cada uno de ellos llega a esa escena final tan cinematográfica.
Se enamoran en un momento, pero a lo mejor, una semana después ya no ocurre. Es un amor entre ternura, admiración, fascinación, y luego esta cosa pasa, o no pasa. Cada vez más, son los temas que me interesan en la literatura, en las canciones... ¿Por qué había puesto en el guion Yes Sir, I Can Boogie y por qué ahora de repente la selección de Escocia ha cantado esa canción y ya está en el número 1 de las listas en Inglaterra? ¿Por qué todos estamos de acuerdo en que esta canción es la más hortera y kitch de la historia de la humanidad y sin embargo nos puede? Hay algo de afirmación bizarra en eso.
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Peter es el personaje central de la película. Un hombre corriente, solitario, un empleado de banca que siente fascinación por la meteorología. ¿Por qué decidiste que el protagonista tuviera este perfil tan lejano a lo que la sociedad nos pide que seamos?
Es una reacción visceral e infantil por mi parte al mundo súper héroe, a la gente extraordinaria, a las hazañas, y a todas esas cosas heroicas. Ayer estaba viendo una película, que vi por el cast, y porque la han estrenado directamente en Netflix. Una película de Ron Howard con Glenn Close y Amy Adams. Ron Howard me interesa cero pero pensé que algo debía tener. Era una película que te daba en la cabeza con cada plano, con cada música, pero no la acabé de ver porque era como que ya lo he entendido…
¿Por qué Timothy Spall? Porque seguramente es el protagonista menos obvio de la Historia. Yo tenía la imagen de él en las películas de Mike Leigh, no tanto de Mr. Turner que es una cosa excepcional. Él es un orfebre de la interpretación. Es un tipo que para hacer Mr. Turner estuvo seis años aprendiendo a pintar y yéndose a los sitios a la misma hora que Turner pintaba, y te enseña todos los bocetos que hizo. Cuando hablé con él le dije que para esta película no hacía falta que se fuera a pintar ni nada, mejor era subirse al metro y mirar a la gente. Es un tipo bastante extraordinario en su apariencia gris, es alguien muy culto, meticuloso, con mucho sentido del humor, y que tiene una mezcla de aristocracia de la interpretación inglesa, entre escatológica y gamberra, que me encanta.
Buscabas al anti héroe.
Sí, pero para hacer eso hay que ser muy buen actor, porque de lo contrario no te interesa una mierda. Yo le quería a él desde el principio, porque para mí encarna este tipo normal y anodino, pero con un código ético. El personaje sabe que trabajar en un banco es una mierda, y a la vez sabe lo que está bien y lo que está mal, y eso ya es mucho.
En un momento de la película, se dice: “El tiempo es una manera de sentir que algo está pasando. Si no pasa, siempre hay una promesa de que va a pasar”.
La película empieza así y acaba así. No sé, me parece una frase bonita. Y me parece que define un poco la vida. ¿Qué nos mueve a hacer las cosas? La promesa de que algo va a suceder. Yo vivo con eso. Esa frase la pondría en mi tumba. Acepto que todo es como malo, y que nada va pasar de lo que yo quiero que pase, pero igual sí, ¿no?
¿Dónde queda la nostalgia, si vivimos pendientes de lo que pueda ocurrir el día siguiente?
Aquí... (risas) Nos tiran las dos cosas, y eso también es lo bueno. Si nos tirara solo una, mal.
¿En qué momento de la escritura del guion aparece la figura de Sylvia Plath?
Me leí sus diarios y era como: ¿Lo he leído bien? (risas). Conseguí el libro con dibujos suyos y en los diarios describe esos momentos en Benidorm como de los pocos momentos de plenitud. Hay uno en especial cuando se va a la playa y nota el sol en la piel, y es como el único momento en que ella roza algo parecido a la felicidad. Ahora se acaba de publicar una nueva biografía de ella que me gusta mucho. El problema es que tiene 800 páginas y leerlo en la cama es jodido. Pero está muy bien porque realmente saca a la luz la vitalidad de Sylvia Plath, ya que hasta ahora todas las biografías parten del suicidio y van para atrás para explicarlo. Ésta, no. Te la presenta como una tipa muy interesante y divertida, seductora, con mil ideas en la cabeza, y me está gustando mucho. Se titula Red Comet: The Short Life and Blazing Art of Sylvia Plath.
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¿Qué hay de ti en ella?
Nada de nada (risas). Yo no tengo su intensidad para nada. Ella era una intensita guay. Lo quería todo: hacer pasteles de ruibarbo, escribir poemas maravillosos, quería ser madre y amante. Plath es cada vez más relevante porque encarna todas las contradicciones de las mujeres contemporáneas, al extremo. Tengo una amiga que escribió una obra sobre conversaciones imaginarias de Sylvia Plath y Anne Sexton, que de hecho se conocieron en un seminario en Boston. Yo acariciaba la idea de hacer el encuentro de ellas dos, pero ¿quién hace esto?
La fascinación está ahí.
Desde adolescente. The Bell Jar lo leí a los quince. Y era como, este libro me habla a mí. No es Madame Bovary, pero muchas mujeres y de distintas generaciones conectamos con ella. Yo no soy una lectora de poesía para nada, pero leo los poemas de Plath y los entiendo y los siento. Leo los de Ted Hugues, y no sé de qué me está hablando. Me transmite cero, aunque los críticos digan que es cojonudo. Te juro que no tengo prejuicios con él, pero lo leo y digo: ¡que aburrimiento! (risas). Yo empecé leyendo La campana de cristal, y más tarde leí su poesía.
Los personajes secundarios podrían ser los protagonistas de otra película.
La policía que interpreta Carmen Machi parece una cazurra, pero resulta que le gusta Sylvia Plath, que es una cosa que yo me encuentro constantemente. No con policías que les guste Sylvia Plath, claro está, pero de repente desde un punto de vista elitista no se atribuye a las mujeres de la limpieza, policías o carniceros, un afán por el conocimiento, y por eso me gusta meter estos personajes.
En una escena que sitúas en un parque de atracciones, Alex le dice a Peter: “Todos estamos solos, unos más escondidos que otros”. Aquí defines muy bien...
¡Todas mis películas! (risas).
¡Exacto! ¿Cómo haces para escribir algo tan exacto?
A mí estas cosas no me gusta nada escribirlas. Yo no tengo nada que ver con Alex, ya me gustaría, de hecho es la mujer que me hubiera gustado ser a mí, pero la vida te da un ADN, una manera de ser, miopía, y ¡ya la has cagado! (risas). Hacer algo porque sí, es quizás el único momento de Alex en la película que yo también he vivido. Eso de decidir, voy a hacer algo porque sí, sin pensarlo mucho. Y sigo haciéndolo. Vámonos a un sitio que no sé muy bien cómo es, o me cojo un taxi hasta Santa Coloma y me vuelvo andando a casa, porque hacía mucho tiempo que no iba. Me gusta hacer esas cosas. Quizás es el único momento autobiográfico en la película. ¿Por qué ese diálogo? Empieza de manera muy literaria. “Te quería ver en un sitio oscuro”. Lo formulas como algo guay, y luego dices, voy a redimensionarlo con una frase lapidaria. Y lo de disimular, es una cosa que pienso. Hay maneras de disimular, de cubrir, y hay gente que disimula ante sí misma.
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La mayoría, seguramente...
Lo envidio, porque si tú te convences y puedes disimular ante ti bien, ¡joder! Es una gran virtud. (risas).
La comida está muy presente en la película. Un recurso que se repite en tu filmografía. El placer de comer.
¡El placer de chupar la gamba! (risas). El mundo se divide entre los que te miran raro mientras chupas la gamba, y otros que son como aaaaaahhh dame más cabezas pa' chupar. Yo soy de las de dame las cabezas. A mí me gusta comer, es uno de los grandes placeres, para mí es importante.
A Dalí le hubiera entusiasmado el número de striptease en homenaje al surrealismo del show del cabaret.
En realidad es un homenaje a Bigas Luna, porque es una persona que echo en falta. Siempre le envidiaba esa alegría de vivir que tenía y su bonhomía. No hablaba mal de nadie, algo muy raro. Yo no soy así. Nada me gusta más que el gossip. Y me da mucha vergüenza. Bigas me introdujo en el mundo de las catas de aceites, no de los vinos, en los vinos ya estaba bastante introducida, pero me acuerdo de un viaje que hicimos a Shanghai y nos instalamos en un edificio de apartamentos increíble. Le fui a ver al suyo, y tenía en la maleta seis botellas de aceite de oliva. Pensé, ¡chapeau! Él hizo Huevos de oro, y pensé que el personaje de Carmen Snake, que es la auténtica acróbata vaginal, le hubiera caído muy bien, y de haberla conocido la hubiera metido en una de sus películas. Para mí es un homenaje a él total.
Alex vive en el complejo de apartamentos de Ricard Bofill, la Muralla Roja, la antítesis de la arquitectura especulativa que domina la costa mediterránea. Esto tampoco es gratuito.
Desde que vi las primeras fotos de la Muralla Roja hace muchos años, pensé, cómo meto esta maravilla en una película. Es exactamente lo que tú has dicho. Es un lugar maravilloso, con mucha paz, y se establece una conexión con el mar, la luz... Está tan bien pensado ese edificio y es tan bonito. Además lo acababan de pintar, pero incluso cuando lo vi una vez en plena decadencia tenía su gracia. Me encanta. Quería que ella viviera aparte. Aunque esté allí y entienda los mecanismos de Benidorm mucho mejor que cualquiera. Sabe dónde está pero, cuidado, su casa está aparte.
También le haces un pequeño homenaje a tu madre que me parece precioso. ¡Cómo debe ser llegar a un aeropuerto y ver la foto de tu madre por todos lados!
Le dije a mi madre si quería venir al rodaje. Y me dice: “¿A Benidorm? Yo no voy. Eso está lleno de gente mayor”. Que una señora de 87 años te diga eso, es como, por favor, ¿no? Le dije que Benidorm no es un ghetto, pero no la convencí. Así que pensé, no te preocupes, yo te voy a poner allí (risas).
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Pensé que tenía un pequeño papel…
No, mi madre ya ha hecho cameos en mis pelis. En Foody Love pedía jamón del bueno y finito en un puesto del mercat.
Está muy presente en tu vida.
Bueno, supongo que soy más consciente que el tiempo pasa y tiene la edad que tiene, pero como es una fuerza de la naturaleza, creo que nos enterrará a todos, sinceramente.
Tu programa en Radio 3 Alguien debería prohibir los domingos por la tarde está en la lista de podcasts más escuchados...
I know... (risas).
¿Cómo vives la responsabilidad de abrirte un poco más al público a través de tus lecturas, la música que escuchas o tus lugares preferidos? Te tengo que decir que comunicas muy bien.
A mí me pones una cámara y hablo muy rápido, pero en la radio me doy cuenta de que hablo más lento. Es muy raro. Me divierto mucho haciéndolo. El director de Radio 3 me lo propuso y después de pensarlo un poco, me dije, vamos a intentarlo. Cada vez los programas son más eclécticos, pongo la música que me gusta, puedo mezclar a María Jiménez con Rósín Murphy. A veces crees que has superado el tedio que te producen las tardes de domingo, y repente te vuelve como un encogimiento de corazón.
Una vez más has confiado la banda sonora a Alfonso de Vilallonga, que estoy seguro va a recibir el Goya por este trabajo impecable. ¿Cómo os encontrasteis?
¡Deberían dárselo! De hecho es curioso que me preguntes eso porque hoy viene Alfonso a grabar un programa sobre su nuevo disco. Un día estaba a punto de irme para Portland a rodar Cosas que nunca te dije, y la amiga de una amiga me dijo que había un chico que había estudiado composición de soundtracks en Boston. Vino a casa, y estuvimos hablando de películas, y del mundo que yo quería retratar. El guion estaba medio escrito, y desde entonces. En esta película nos hemos peleado mogollón, porque yo quería otra cosa. Yo sé que para él, hacer la música de La librería es muy fácil, así que en esta hemos discutido mucho más. Lo del Yes Sir, I Can Buggie no sé si lo ha entendido, pero creo que ha hecho un trabajo extraordinario.
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Trobes a faltar a la Sardà?
Molt.
¿Qué vacío ha dejado, en este lugar dónde habitamos? 
Toda la gente del teatro que eran sus amigos, yo no los conocía de nada. Siempre le decía, es que a mí el teatro... no es lo mío. No necesito verlo, aunque es magnífico y puede ser la hostia. Cuando leo un libro que me gusta, la llamaría para comentarlo. Pienso que en otro país no solo sería premio nacional, que esto al final es una pamema, sino que sería un icono. Pienso que la gente no la comprendía bien. Era un ser extraordinario, contradictorio, loco y vivo, con ganas de hacer cosas... Ojalá estuviera aquí. La echo mucho en falta.
Estrenáis en un momento en el que nos han metido el miedo en vena. La película nos dice que el miedo no nos deja ser libres y que cada ser humano tiene que decidir si quiere serlo, o no. Entre otras cosas, ser libre para amar. De hecho, nos dices que salgamos a la vida para que nos pase algo, sea lo que sea.
El puto miedo... Es verdad que es mi filosofía, aunque siendo honesta, para mí es fácil decir esto, porque genuinamente a esto que está pasando no le tengo miedo. Ni a arriesgarme, ni a las enfermedades. Tengo miedo a otras cosas. Hoy he hablado con unos amigos que están esperando un niño y llevan seis meses sin salir de casa. Entiendo que es el primer hijo, pero esto tampoco es vivir. Esa promesa de la que hablábamos antes, es una promesa de algo estupendo, o de algo tremendo. Yo pienso en esa promesa, pero admito que tengo algunos problemas de ansiedad. Si cojo la bicicleta, igual veo que me va a atropellar un coche en la siguiente esquina. Hay muchas cosas ahí flotando que son muy difíciles de verbalizar de una manera coherente. Prefiero no hacerlo.
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