Dicen que sus poemas son intimistas y a la vez punzantes, reflexiones sobre las relaciones personales y los miedos inherentes a la condición humana. Su enorme curiosidad por conocer qué hay más allá del significado de las palabras le ha ayudado a construirse un espacio vital a medida por el que transitan emociones y sensaciones buscadas e inesperadas. Junto a la banda de música electrónica Bradien forman un tándem de largo recorrido y ya han publicado tres discos: Pols (2012), Polsim (disco de remezclas, 2014) y Escala (2016). El poeta tiene una voz grave que proyecta con contundencia en sus recitales por todo el mundo. En su último libro, El terra i el cel, vuelve a demostrar que su conocimiento de la poesía en un sentido clásico le sirve para arquitecturizar un edificio de interrogación vehiculado a través de la palabra y su expresión más elevada.
¿Cuándo empezaste a interesarte por el mundo de las letras?
En mi familia no ha habido tradición literaria y en casa no había muchos libros de poesía, solo recuerdo uno de Pere Quart y otro de Machado, pero en la escuela Sadako, donde estudié, la poesía tenía mucha importancia y de muy pequeño descubrí a Salvat-Papasseit y a Brossa. También me gustaba la música y siendo adolescente me di cuenta de que me interesaba mucho trabajar el texto, la voz y la escritura poética. Tocaba en un grupo y el mundo de la música me llevó de nuevo hacia la poesía. A los 14 años hacía un fanzine llamado Sense títol y empecé a hacer pequeñas exposiciones de poesía visual que con el tiempo me llevaron a organizar recitales poéticos. En el 2000 creé el festival Proposta, en el CCCB, centrado en la escena de la poesía sonora, la performance y la polipoesía, con la intención de llegar a todo tipo de públicos. Y en 2010 pasé a codirigir con Martí Sales el Festival Internacional de Poesía de Barcelona, aunque cuando llegó CiU al Ayuntamiento nos invitaron a irnos…
¿Y tu obra?
En todos esos años mi creación personal pasó a un segundo término, y ahora diría que está ganando protagonismo. En poco tiempo he editado dos libros, estoy preparando un tercero y con Bradien he sacado dos discos, más uno de remezclas. Aunque sigo prefiriendo hacer pocas cosas pero de manera más intensa y con exigencia, sin excederme en la producción de obra.
La cultura siempre ha sido un referente para ti. ¿En qué sentido te ha interesado?
No es que me interese, la necesito. Tiene que ver con la necesidad de uno de explicarse el mundo, de entenderlo y enfrentarse a él. La poesía me lo ha permitido, sobre todo la poesía de vanguardia, la que investiga las formas del presente. La cultura en un sentido amplio –la literatura, la arquitectura, la música, las artes escénicas– es algo que necesito para relacionarme con el mundo.
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¿Has llegado a ella intuitivamente? 
Nunca me lo he planteado, pero sí es cierto que siempre me han gustado cosas fuera del canon, sin seguir pautas y haciendo lo que he querido. Pienso que todos tenemos esa necesidad en cierto modo. Siempre he sido bastante tímido, y ha sido la poesía lo que me ha permitido expresarme, crear un mapa mental en el que he ido integrando otras cuestiones, como la política y la arquitectura. Siempre de una forma instintiva, sin planes trazados.
Cataluña se define por tener una lengua y cultura propias que sufrieron la prohibición de la dictadura franquista. Ahora que vivimos una cierta normalidad política, la cultura institucional tiene un presupuesto ínfimo. ¿Has llegado a alguna conclusión en este sentido, aunque sea políticamente incorrecta?
Es una cuestión que arrastramos desde hace mucho tiempo, que no creo que resolvamos en el corto o medio plazo y tiene que ver con la herencia franquista. El antiintelectualismo franquista lo heredó de una manera muy clara el “pujolismo”. Jordi Pujol es el gran ejemplo de un hombre político con un conocimiento de la realidad importante pero con un discurso claramente antiintelectual, sin ser anticultural. Todo aquello que te lleva a hacerte preguntas es un problema, y este legado, junto a un cierto victimismo, no nos favorece. Ha habido un ataque directo a todo el pensamiento y la creación contemporánea que nos plantea preguntas sobre el presente.
¿Qué tiene que pasar para que no dejemos para pasado mañana una revisión profunda de lo ocurrido en nuestro pasado reciente?
Tardaremos en ver que la cultura tenga un papel esencial en la política. Nos sorprende que David Fernández pueda citar a filósofos o que el presidente Puigdemont tenga un vocabulario amplio, cuando son cuestiones esenciales. Hasta que no asimilemos que la cultura es aquello que nos permite ampliar el horizonte y reflexionar al mismo tiempo, será muy difícil. No es un elemento decorativo sino algo estructural, y eso es una idea que aún no ha penetrado la clase política. El sentido último de que las instituciones planteen políticas culturales es por preservar el patrimonio común, entendido no como suma de objetos bonitos sino como confluencia de ideas y expresiones que nos atañen, que nos proyectan y nos cuestionan constantemente.
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Pero eso presenta el peligro de que la cultura siga politizada…
Creo que las instituciones no tienen que definir qué es la cultura, no deben ejercerla ni producirla, especialmente en el momento actual. Tienen que crear las condiciones para que se pueda desarrollar un ecosistema cultural diverso y de calidad. La cultura no puede ser en ningún caso obra de una determinada ideología sino que es una realidad compleja, en la que todos participamos y que nos interpela constantemente.
¿Eso no es todo lo contrario a lo que se ha hecho? 
Ahora se habla mucho de la participación para intentar paliar ese exceso de intervencionismo. Pero desde mi punto de vista no tiene ningún sentido, porque implica una jerarquía: uno que dirige y otro que opina; cuando de lo que se trata es de entender que la acción cultural se da en muchos ámbitos, desde la corresponsabilidad y la implicación de todos, desde la iniciativa y el compromiso y no desde la opinión. Para mí, tiene poco sentido el papel de árbitro que se otorgan aún las instituciones. Para mí el reto actual es generar y favorecer que existan los espacios y las condiciones para la creación y no definir lo que es cultura. Prefiero que se apueste claramente por la corresponsabilidad más que por la participación. Otra cuestión es la precariedad, un tema que ni en los buenos momentos económicos hemos logrado resolver y que crea grandes desequilibrios en el mundo de la cultura. A menudo se han entendido las políticas culturales como un instrumento para que determinada gente cercana al poder pueda sobrevivir, sin resolver cuestiones de base que podrían beneficiar a todo el sector. Hay un cierto asistencialismo, sobre todo en el ámbito literario, así como concursos públicos que no lo son y premios para que algunos elegidos puedan vivir con cierta comodidad. Que la mediocridad sea más laureada que la exigencia o el rigor, nos hace mucho daño. Se ha creado un sistema clientelar bastante tóxico. Pero afortunadamente la cultura va mucho más allá de las instituciones. Así, a mí resulta imposible hacer un plan estratégico cultural en Barcelona, porque actualmente la actividad cultural desborda cualquier intento de cartografiar y ordenar algo que está vivo y que por definición no es estático sino incontrolable. En los últimos años se ha hecho aún más evidente que el dinamismo cultural escapa al control de la institución. Hay muchas realidades culturales que conviven y que entre ellas ni se conocen. Tiene que perder importancia la legitimación institucional frente a estas realidades paralelas, que funcionan a la vez sin ser mejores unas que las otras. Lo positivo es que convivan y que no tengan mucho en común más allá del hecho de compartir y alimentar una ciudad.
También se critica que las instituciones no se ocupan de los artistas locales. ¿Estás de acuerdo?
El caso de Jaume Plensa o el de Eulàlia Valldosera es muy evidente, y el de tantos artistas de primer nivel de los cuales es muy difícil ver obra suya en los museos catalanes. Por otra parte, gastamos mucho dinero en la supervivencia de determinados autores y no hay voluntad para dar herramientas a la sociedad para que pueda establecer su propio criterio. Son las instituciones quienes deciden quién vale y quién no, y la falta presupuesto hace que artistas como Plensa no se puedan plantear hacer cosas en Barcelona porque no tiene ni los espacios ni los presupuestos que lo permitan. Y eso es solo la punta del iceberg, evidentemente. Mi trabajo como creador se desarrolla principalmente fuera de España…
“La poesía nos recuerda hoy en día que somos frágiles y vulnerables en contraste con la cultura digital.”
¡Eso no es necesariamente negativo!
Lo vivo como una circunstancia muy positiva que me ha dado la posibilidad de trabajar en otros países europeos y en Latinoamérica y me ha obligado a confrontar mi trabajo con el de otros creadores y exigirme más. Aquí tenemos la suerte de tener espíritu comercial y viajero, y la realidad de la mayoría de creadores es que necesitamos abrirnos al resto del mundo, más aún en el contexto actual. Estamos en un sistema cultural globalizado que nos permite huir de estructuras cerradas y endogámicas. El problema viene cuando artistas que consiguen reconocimiento internacional no pueden regresar y mostrar su trabajo públicamente por falta de recursos. El caso de Joan Morey o Carles Congost también es un buen ejemplo de artistas muy sólidos y contundentes que a duras penas tienen galería. Hacen falta menos ideas intervencionistas y más ideas de estímulo del ecosistema cultural.
¿Eres optimista?
Mucho, aunque el punto de partida no sea excesivamente bueno... Si mañana los políticos deciden no invertir ni un euro más en cultura, esta no desaparecería. Está viva y va mucho más allá de la institución. Hay países sin políticas culturales que tienen una gran vitalidad cultural. Los cuatro años de gobierno de Trias en Barcelona han sido duros, sin proyecto definido, más bien con una mirada pequeña y adocenada de la cultura, pero Barcelona sigue viviendo un momento muy positivo.
¿Qué puedes desvelar de la escena contracultural?
Los medios no reflejan esa realidad; al contrario, su mirada es limitada y dan una imagen muy pobre de la cultura en Barcelona, especialmente en los medios estatales. Por suerte, lo que ocurre fuera del control de las instituciones no las necesita, ni a ellas ni a los medios de comunicación. Desde el postfranquismo en los setenta con propuestas musicales muy potentes de Ona Laietana y la música progresiva, el arte conceptual, la pujanza de las galerías de arte más arriesgadas, las acciones en el espacio público, el movimiento libertario y las Jornadas Libertarias del Parc Güell, el universo Ocaña y las reivindicaciones de libertades, fue un momento de ebullición y de construcción de un espacio político fuera de los partidos. En los ochenta, los que estaban haciendo trabajo de despacho y no en la calle, se apropian de todo ello. Y emerge también la Movida Madrileña, que a diferencia de lo que ocurría en Barcelona o Sevilla en los setenta, es un movimiento apolítico que propone una renovación estética que no remueva los cimientos políticos. Hasta el punto de que aún hoy cuesta cuestionar la Movida.
¿No se ha sobrevalorado mucho?
Muchísimo, pero ahora aparece gente con una mirada más crítica sobre un movimiento supuestamente contracultural favorecido desde el ayuntamiento cuyo resultado fue una cierta contracultura oficial que no es capaz de liderar un discurso político crítico, que no hace daño. A nadie le escandaliza que alguien representativo de ese movimiento diga hoy que Esperanza Aguirre es “súper chachi”. En los noventa, después de los Juegos, en Barcelona empezaron a pasar cosas en el ámbito de la cultura independiente: la sala Conservas, el Sónar, Ovni, l’Alternativa y mil cosas más. Todas surgen de la iniciativa privada pero coinciden con un momento en el que las instituciones se empiezan a abrir. Poco más tarde, vuelve a haber una vampirización de toda esa escena por parte del poder político. Actualmente los jóvenes artistas no esperan nada de nadie y actúan por su cuenta. Un sector del arte contemporáneo ha vuelto a la autogestión de proyectos expositivos o editoriales, acercándose a la música, la literatura y la acción política. Un ejemplo de espacio artístico al margen es El Palomar, con una gran potencia. La escena electrónica independiente también es muy dinámica, con sellos muy interesantes que no necesariamente detectan los medios. Estamos recuperando la necesidad de hacer y no de ser reconocido, el espíritu libertario de la ciudad; y las diferencias entre el mainstream y el underground en cuanto a público y capacidad de producción se han ido recortando. ¡Esa es una de las grandes victorias!
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¿Leemos poesía?
La poesía tiene una presencia más importante en nuestras vidas de lo que la gente reconoce a simple vista. Es un género nómada, híbrido y con muchas formas que se cuela por todas partes. La poesía es la relación directa y salvaje con la palabra, que quizás está muy devaluada por ser algo que todos compartimos y usamos cada día. En ella la emoción es esencial, y prueba de ello es que la publicidad está llena de formas que provienen de la poesía. La revolución digital nos ha llevado a una manera de aproximarnos a la cultura que tiene que ver con un sistema de distribución más medieval que moderno. Para mí es más actual la idea del poema como pequeña cápsula a la que puedes volver constantemente y que no ocupa mucho espacio, que una novela, que responde más a una idea del siglo XIX. Cuando la gente dice que la poesía está lejos de la sociedad actual, yo digo que no, porque su esencia híbrida y sin soporte material específico (puede ser escrita, visual, sonora) tiene mucho que ver con la forma que tenemos de enfrentarnos a la creación como público y como creadores. Nuestra forma de entender el mundo actualmente tiene que ver más con la poesía que con la novela: cada vez queremos menos un relato completo y más un conjunto de ideas fragmentadas.
Existe la idea errónea de que requiere un cierto esfuerzo…
El contacto con la poesía se ha ido transformando al ritmo de los cambios culturales. El hip-hop se basa en la palabra y la rima y mueve a millones de personas. ¡Y cuántos anuncios son poemas visuales! Nuestra relación con la poesía ha ido cambiando y en los últimos años ha encontrado nuevos públicos. No hay un único modelo de espectador o lector, hay muchos. En los recitales de poesía hay público, las editoriales de poesía venden, pero es cierto que no tiene visibilidad en los medios. En cualquier caso, la poesía requiere esfuerzo solo si uno lo quiere, porque lo importante es encontrar aquella poesía que te despierta la curiosidad o te estimula, del mismo modo que lo hacemos con la música u otras artes.
Es curioso que una sociedad que en el siglo XIV inventa los Jocs Florals, la reivindique tan tímidamente. ¿Has pensado sobre ello?
En muy pocas culturas la poesía tiene tanta importancia como en la cultura catalana. Para mí no tiene un papel tan secundario o escondido, al revés, en los festivales europeos los poetas catalanes estamos muy reconocidos. Formamos parte de una de las grandes tradiciones europeas con nombres destacadísimos desde los más clásicos a los experimentales. ¿Qué tiene que ver Joan Margarit con Enric Casassas o Arnau Pons? La poesía es una búsqueda de la propia voz. Lo único que critico del mundo poético actual es el hecho de abandonar la búsqueda de la voz propia. Considero que hay mucha creación pero todo es más homogéneo. Estamos en un momento en el que tenemos más libertad de creación y de distribución para buscar nuestra propia voz. Recuerdo mi primera aproximación a la poesía en los noventa, con Xavier Sabater, Carles Hac Mor o Josep Ramon Roig, muy distintos entre ellos pero con un concepto y una forma de hacer muy clara y contundente, absolutamente al margen de modas y reconocimientos. Tengo la sensación de que esto se ha perdido. Veo mucha gente muy buena, pero a veces suena un poco igual todo. Conseguir una voz propia necesita tiempo, y los ritmos actuales no ayudan. Yo he tardado años en saber lo que quería hacer o darle la forma adecuada. Actualmente siento que estoy muy cerca de los que quiero decir y de cómo lo quiero decir.
¿Cómo defines tu voz como poeta?
No tengo ni idea… Hay una mezcla de referentes muy diversos que no vienen todos de la poesía. Difícil de encasillar, aunque defiendo una idea clasicista de la poesía, no clásica, pero sí clasicista. La idea del texto como construcción, la idea del paisaje y la ciudad como texto, y temas que marcan la voz relacionados con la arquitectura, el urbanismo, la política, la ciudad, pero también tienen importancia el amor y el sexo. Me planteo la poesía desde el cuerpo y la voz en contacto directo con el público y a la vez está fuera del tiempo en este sentido clasicista y fuera del yo. No me interesa hacer literatura del yo, ni me interesa hacer autobiografía, tampoco retratar el momento actual sino formar parte de él. Defiendo que la poesía tiene que permitirte establecer un diálogo con el otro sin tener que explicarle lo que te ha pasado. Y convivo bien con la contradicción y los formatos casi opuestos. Defiendo la oralidad y la experimentación, pero mi libro El terra i el cel (Suelo y cielo) lo planteo como libro cerrado para ser leído en la intimidad. Es muy claro y fácil de entender, como un edificio clasicista, y esto puede descolocar a más de uno. También puedo ser muy barroco o muy minimalista en otros momentos, pero eso tiene que ver con las influencias de autores como Brossa y Espriu, que no tienen nada en común entre sí.
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¿Qué te interesa de su obra?
De Brossa, su viaje a la esencia del poema y desnudarlo de lo innecesario, como la retórica y el yo, para hablar de uno mismo y de lo que te relaciona con el resto pero sin venir del yo. De Espriu, la extrañeza con el idioma. Es un autor que se siente incómodo con todo, y eso lo desprenden algunos de sus textos, que a veces tienes la impresión de que no caminan a pesar de estar muy bien construidos. Ambos comparten la idea de que la poesía no es un río que fluye, sino que pide un esfuerzo. Pero sobre todo hay una reacción de extrañeza en ellos que me interesa mucho. Otras influencias han sido el poeta sonora francés Bernard Heidsieck, esencial para mí, y Kraftwerk, muy importantes para plantearme la poesía sonora.
¿Puedes incorporar sonidos cuando escribes?
A veces escribo poemas para ser recitados, o poemas sonoros que grabo con distintas voces en estudio. Hace poco hice una pieza de arte sonoro de una hora para la Fondation Louis Vuitton que es un retrato poético de la ciudad con sonido y voces grabadas, sin que el texto tenga importancia. El terra i el cel, en cambio, no quiere ser sonoro, no hay ningún elemento que te lleve a la recitación, sino que es una arquitectura textual. Me interesan ambas cosas y necesito trabajar en ambos sentidos.
¿Qué te ha aportado tu colaboración con la banda Bradien?
Al principio era una colaboración con compartimentos separados, pero ya hace años que trabajamos como una banda: ensayamos regularmente y tenemos más regularidad que cuando trabajo yo solo. Me ha aportado radicalidad a la hora de plantearme mi trabajo poético en solitario y un cierto método, una constancia. También me ha abierto a otros circuitos. He tenido la suerte de trabajar con tres músicos excepcionales y he aprendido mucho de ellos. A partir de un planteamiento inicial muy sencillo, hemos hecho temas en los que no hay una frontera clara entre la voz y los instrumentos, el texto y la música. El primer disco, Pols, tiene canciones más cerradas o con un esquema más tradicional, con una diferencia muy clara entre el trabajo de texto y el de la música, y en este último disco, Escala, está todo muy entrelazado. Son piezas muy indefinibles con textos breves o largos, o temas que son pequeños apuntes. Llevamos siete años y seguimos pasándolo muy bien, sin dejar de trabajar en los temas que ya hemos publicado.
Tú has conseguido algo extraordinario que no todo el mundo consigue en la vida y es haber hecho realidad tu sueño de adolescente. ¡Escribes poesía y tienes una banda de música!
¡No me quejo! Pero es lo normal, ¿no? (Risas). Con Bradien tenemos un tema que nunca publicamos titulado Nosotros los normales, que reivindica que ser normal es ser uno mismo y hacer cosas que a uno le estimulen. Con los años y después de todos los errores, sí es cierto que me siento muy cómodo con lo que hago teniendo en cuenta que a priori ha sido difícil, especialmente porque la poesía que más me interesaba estaba en los márgenes. Con Bradien hemos llegado muy lejos a pesar de ser un grupo poco standard…
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¿Qué valor tiene para ti la palabra en la sociedad de la imagen?
Tiene un valor más distintivo y singular que nunca. En un mundo muy digitalizado en el que todo es reproducible, copiable, replicable, siendo muy fácil crear desde cualquier ordenador, es impresionante la fuerza que tiene la fragilidad de una voz. Para mí es ese contraste lo que le da no sé si más fuerza, pero sí un carácter más distintivo. En otros momentos de la historia, la poesía estaba conectada con las formas culturales dominantes. La poesía nos recuerda hoy en día que somos frágiles y vulnerables en contraste con la cultura digital. Escuchar a alguien recitando delante de ti en un espacio y un tiempo irrepetibles, tiene mucha fuerza.
¿Sientes que hay un retroceso irrecuperable en el uso del lenguaje?
A lo largo de la historia este razonamiento es constante. Siempre se tiene la sensación de que cada vez hablamos peor. Hay, eso sí, una cuestión que afecta sobre todo a los españoles, y es una falta de capacidad de oratoria en los políticos, empresarios, artistas… Eso en otros países es impensable, porque la oratoria sigue teniendo importancia. Aunque el caso de los norteamericanos es quizás excesivo, porque puede llegar a ser todo retórica.
Hay un dato revelador: en España Belén Esteban vende más libros que Vargas Llosa…
Que un personaje televisivo venda más que un escritor, no me preocupa. Me parece normal que una persona que tiene más presencia en los medios venda más que un escritor reconocido con el premio Nobel. El hecho de que se venda un libro no determina que el lector profundice en él, y lo importante para mí es cómo entramos en la lectura del libro y cuantas capas puede ofrecer. Otra cuestión que me preocupa no es que sea un personaje conocido sino qué tipo de personaje es. La batalla que hemos perdido y que no sé cómo podremos ganar es la del prestigio social. El discurso anticultural o el reconocimiento social de la ignorancia, eso sí que es un elemento peligroso. No tanto Belén Esteban o alguien que aparezca en televisión, el problema es cómo construimos estos personajes. Primero tiene que ver con la idea de la ignorancia y sus bondades, que degenera en actitudes más sospechosas como el machismo, poner en entredicho derechos reconocidos, el ataque a la libertad creativa… Vivimos un momento de gran censura cultural y de un menosprecio generalizado hacia el conocimiento. Estas son cuestiones más peligrosas, porque incluso las defienden los políticos de primera línea. El valor de la cultura es una batalla difícil de librar. La cultura no tiene apenas espacio en las televisiones públicas, pero sí que lo tienen, en cambio, espacios de entretenimiento que ridiculizan la cultura como valor colectivo.
El término “cultureta” ejemplifica muy bien ese desprecio del que hablas…
Sí, ¡está muy mal visto! Alguien que lee libros en España todavía despierta sospechas.
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¿Por qué necesitamos la poesía?
Yo la necesito para explicarme al mundo y relacionarme con él. La forma que tengo de hacerlo, es la poesía. No sé muy bien porque la necesitamos… Yo la necesito porque es la manera más natural que tengo de hablar con el otro.
Aun sintiéndote libre, ¿te autocensuras cuando escribes?
No, lo más próximo a la autocensura es que a veces hay textos que puedo llegar a pensar y a crear pero después sé que no seré capaz de defender. Nunca me he autocensurado, ni en mi tratamiento del sexo, aunque no sea muy explícito. Tengo una pieza titulada Vila-sacra, capital del món en la que me paso 25 minutos recitando cifras. Hace algún tiempo me hubiera planteado si es demasiado larga, pero ahora no. Sería absurdo autocensurarse en un espacio de incidencia social tan pequeño. ¿Qué le pasó a Dolors Miquel con un poema que había recitado en varios sitios? En un contexto determinado y con el foco mediático encima, se malinterpretó.
¿Estás de acuerdo con que recitara ese poema en el Saló de Cent?
Más allá de lo que hubiera hecho yo, pienso que si la poeta quiere recitar ese poema y la persona que dirigía el acto está de acuerdo, libertad total. Estamos en un momento en que la censura está llegando a unos extremos inimaginables. A veces hay propuestas culturales que no me interesan, pero llegar a decir que no tienen que hacerse para mí es impensable. Creo que la libertad es muy importante, el respeto mutuo también pero sin olvidar el respeto a la libertad. Para mí no hay nada censurable en el poema de Dolors porque no era un insulto y creo que la libertad creativa está por encima de minucias. Todo eso me hace pensar si no estamos entrando en una etapa muy oscura de la historia europea. Quiero conservar el optimismo y ni me imagino teniendo que renunciar a mi libertad creativa. Pero no nos podemos dormir nunca, y esa es la gran lección de esos años de relativa bonanza económica en la que habíamos delegado el ejercicio de la ciudadanía. Yo no me considero un indignado porque creo que uno se indigna cuando ha renunciado a algo y se da cuenta de que lo están engañando. Creo que de no haber renunciado a ese ejercicio, no nos hubiéramos indignado. Tenemos que recuperar la corresponsabilidad política. Te dejo hacer a ti, deja que yo haga y entre todos lo hacemos todo.
¿Ocupas el espacio que quieres?
Cada vez más, aunque me ha costado. No es fácil, hay que ir probando y ser duro con uno mismo. Creativamente me siento cerca de lo que quiero hacer, aunque siempre hay una batalla entre lo que haces y lo quieres ser. Intento ocupar poco espacio, pero sí creo que estoy donde quiero estar y me siento cómodo.