Interiores, instalaciones, lámparas, muebles e incluso envases de perfume. El diseñador y artista Antoni Arola puede con todo. Sus años de experiencia, pero sobre todo su talento y rigor profesional, le han llevado a exponer en el MACBA y demás espacios de todo el mundo. Destaca por su maestría a la hora de trabajar con la luz, un elemento básico y esencial en nuestras vidas, por la que ha ganado la fama de “lamparero”, según dice. Sin embargo, hay mucho más por descubrir. Así que fuimos a su estudio, un paraíso de objetos de todo tipo y estanterías hasta el techo llenas de libros, para conocerle mejor.
Antoni, en el mundo del diseño tienes el estatus de referente y maestro por toda tu trayectoria y los logros que has conseguido. ¿Cómo te sientes tú? ¿Qué percepción tienes de ti mismo y de tu trabajo?
Vaya, empezamos duro, ¡directo al ataque! (Risas). A ver… ¿Cómo me siento yo? Ahora mismo me siento bien. Pasan los años muy rápido y, sin darte cuenta, te sitúan en esto que me has dicho tú. Pero a veces me sorprenden las palmaditas en la espalda y estas cosas, no estoy acostumbrado… No sé cómo decirlo.
Pero después de tantos años en este mundo, ya eres "muy alguien".
No sé si soy muy alguien, pero cuando insistes durante tantos años supongo que sí que acabas siendo alguien. Veo mis trabajos de una forma inconformista, siempre me quedo corto, y esta insatisfacción constante es quizás lo que me da ganas de seguir trabajando. Debería estar muy contento, o muy realizado –llámalo como quieras–, pero nunca acabo de estarlo del todo. Así que esto me da pilas, y ahí estamos, trabajando.
Eres diseñador, una profesión que abarca todo tipo de campos, y has creado desde lámparas hasta envases de perfume, pasando por espacios efímeros, mobiliario e interiores de locales. ¿Hay algo que no hayas hecho y tengas ganas de hacer?
Hay muchas cosas que tengo ganas de hacer y que no he hecho. En este campo, quizá la parte de arquitectura. Siempre me ha llamado la atención, pero nunca la he tocado. ¡Igual sale la ocasión, lo hago y me enfrento a ello! Pero también mil otras cosas: me gustaría hacer películas, reportajes, diseño gráfico… Me gusta todo, soy bastante insaciable en este sentido. Al final, los clientes, el tiempo, y demás cosas definen el perfil hacia donde trabajas. Últimamente se busca a los especialistas de cada tema, más que a la gente que hace muchas cosas diversas.
Y, por el contrario, ¿te arrepientes de algo (a nivel profesional) que hayas hecho o creado?
En general no, arrepentirme no. Mejorable, sí. Yo intento hacer lo mejor posible siempre, en todos los proyectos. A veces llegamos más, a veces menos, pero no hay arrepentimiento, ¡al contrario!
Tus diseños y creaciones más industriales se han expuesto en museos y lugares que legitiman lo que es arte. ¿Qué te parece que el diseño de producto se pueda considerar como algo artístico?
No lo sé. Esta pregunta, hace veinte años, hubiera tenido otra respuesta. Pero sí que es cierto que las disciplinas, entendidas como en el siglo XIX (que es de donde todavía heredamos muchas cosas), se están diluyendo y se están transformando. Esto del arte como alguien que coge un pincel y con la mano pinta… El mundo ha cambiado, ya no es el arte manual. Un gran curator con el que hablaba un día me dijo, “no te equivoques. El arte está en las ideas. Esto de la mano ya ha pasado a la historia.” Consecuentemente, si el arte está en las ideas, cualquier disciplina puede ser artística. Se trata de que comunique, de que transmita, de que guste, y de que llegue a la gente. ¿El cine es arte o no es arte? ¡Pues claro que sí! No todo, por supuesto. En el diseño pasa exactamente igual.
A la hora de pensar y crear productos, ¿qué pasos sigues? ¿Tu proceso creativo se acerca más al artístico o al técnico/mecánico?
Yo me identifico más con el artístico. Me gusta proponer cosas nuevas, usos nuevos o cubrir sitios en los que, para mí, hay un hueco. La parte técnica siempre viene después. Siempre hay un desarrollo y acaba lográndose. Pero no parte de un concepto técnico, sino que parte siempre de un concepto artístico, una propuesta.
La luz es uno de los elementos que más te define e identifica. ¿Cómo y cuándo descubriste que querías trabajar con ella?
La luz es maravillosa, ¡es lo mejor! Es la ‘materia’ más sutil para trabajar. Hay un diálogo con la luz, un juego, que con pocas otras cosas pasa. Trabajar con la forma de la luz es más mágico.
Hay una anécdota curiosa que cuento a menudo. Cuando monté mi propio estudio tenía un prejuicio –que es una de esas cosas feas que no hay que tener–, y pensaba que no haría lámparas, creía que haría cualquier cosa menos eso. Yo venía de un estudio en el que se hacían muchas sillas y algún que otro mueble. No sé por qué tenía ese prejuicio, tal vez era porque me atraía y le tenía respeto. Pero, sin darme cuenta, jugueteando con la luz, empecé a entender que era lo que más me gustaba.
Todo lo que he hecho, ha sido sin proponérmelo, sin planteármelo. Nunca dije “voy a hacer lámparas,” sino que ha ido surgiendo. Y eso está bien, me gusta. Las elecciones de uno, más el entorno (que no se puede elegir), más lo que uno seguramente lleva dentro, son lo que van creando el propio camino. Esto va aconteciendo sin prejuicios ni preconceptos.
Hay una frase en la obra El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki que me marcó: «Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra.» Tú que trabajas con la luz y la sombra, ¿podrías hacerme un comentario o darme tu definición de belleza?
Mira, se me ponen un poco los pelos de punta (risas). A mí la luz, en general, me agrede bastante, cada día me molesta más. Las lámparas que yo hago normalmente dan poca luz. A mí me gusta una frase –y a los periodistas también– que dice, “que la noche parezca noche.” O sea, que no de noche estemos como en el día: que la luz sea tenue, porque que las sombras son muy importantes. Y si hemos perdido una aguja, ya la buscaremos al día siguiente. Me gusta la penumbra.
Es verdad que este libro contiene una idea muy bella, presente en toda la filosofía japonesa: lo evidente y lo más racional no es siempre lo mejor. Lo que hay entre las cosas, un objeto sin limpiar o sin iluminar, es mucho más sugerente que toda esa cosa occidental y racional de que todo tenga brillo y mucha luz. En este campo yo me encuentro muy cómodo: la sugerencia de las cosas. Muchas veces me dicen: “esta lámpara no da mucha luz”, a lo que yo respondo: “ a ver, ¿luz para qué?” ¡Porque hacemos mil cosas! No estamos cosiendo todo el día. Mi luz sirve para estar, para imaginar, para reflexionar… Hay muchos motivos que no son prácticos, pero que son fundamentales en esta vida, y que siempre se ponen detrás. A mí me gusta ponerlos delante.
La primera lámpara que diseñaste en tu estudio fue Nimba, una creación que proyecta luz cálida y etérea, y que convierte cualquier espacio en un sitio espiritual y de reflexión. ¿Recuerdas en qué estabas pensando cuando la diseñaste? ¿Cómo te sientes al verla ahora, casi veinte años después?
Cuando creé Nimba, tenía una tira que se curvaba, y eso dio a pie a hacer esta lámpara, pero no pensaba en nada.
Esto pasa en muchos de mis proyectos: no tengo un objetivo, e intento que mi cerebro no se meta, no pienso cuando diseño. Es una técnica bastante complicada, cada uno tendrá la suya, pero digamos que el pensamiento no es útil. Tengo que dejar que las cosas pasen, hacerles sitio, observarlas, mimarlas… Es como cuando te despiertas y estás soñando: si quieres atrapar el sueño, se te escapa. Pero si lo dejas ahí, y te acercas a él sin apretarlo, puedes incluso volver a entrar. Para mí, crear tiene que ver con esas fronteras de la sutileza. Es más de espíritu que cerebral.
Otra de tus lámparas iniciales, Ou d’en Sandy, es una mezcla entre un experimento con un huevo de avestruz iluminado y un homenaje a los móviles de Sandy Calder. Cuéntanos un poco más.
Otra vez lo mismo. Tenía un huevo de avestruz (que robé en una tienda en Italia hace muchos años, lo confieso, lo toqué y no pude evitarlo). No lo había visto nunca –ahora se ve más, pero en aquella época no había tantos– y me pareció un objeto maravilloso. Ya ves que tengo muchos trastos. Y un día cayó una bombilla dentro… Y ya está. Me cayó jugando, y me di cuenta de que era una pantalla maravillosa. A partir de ahí jugamos con la idea de móvil, de sutileza, de lo etéreo.
Algo que me ha parecido curioso es que has diseñado varios packagings de perfumes por los que has ganado premios. ¿Qué es lo que te gusta de ellos? ¿Qué te atrajo de diseñar el envoltorio de un perfume?
Otra casualidad. Una amiga grafista, hace ya muchos años, me propuso que nos presentáramos a un concurso: ella hacía la gráfica y yo el envase. Al final acepté, nos presentamos y lo ganamos. A partir de entonces nos fueron encargando muchos envases.
El envase es un juego también: contiene un líquido y tiene una válvula, y ya está, no hay que pensar mucho más. Sí que es verdad que tiene complicaciones técnicas importantes, y el cristal es caprichoso. Pero es como interpretar una marca y darle una forma, casi como un ejercicio de escuela: esta marca, Armand Bassi, o Angel Schlesser, o Loewe, ¿qué forma tendría? Hacer esta interpretación es interesante. Es una traducción muy directa de una idea muy elevada a un objeto muy sencillo.
Además de crear, también enseñas como docente y conferenciante. ¿Qué es lo que te gusta de esto? ¿Y cuál es la lección más importante que quieres enseñar a quienes te escuchan?
Lo que me gusta no lo sé, porque a veces me gusta pero a veces me molesta. Antes daba muchas más clases, y ahora lo he ido dejando, aunque me insisten otra vez. Me cansa mucho dar clases, sobre todo porque de 20 o 30 personas solo un 5% tiene el interés real y está ahí. Y entonces hay que soportar al resto, cosa que desgasta. Lo que me gusta explicar es lo que estoy contando ahora: que descubran esta parte más personal suya y que se atrevan a proponer. Esto, al estudiante, le cuesta mucho, en general: no se atreve, no sabe, tiene muchos miedos que no le dejan la libertad de poder crear. Crear es sinónimo de libertad. Si no eres libre, no puedes crear.
A lo largo de los años habrás visto mucha gente pasar por el mundo del diseño. Según tu criterio, ¿qué nombres despuntan tanto en el panorama internacional como nacional?
¡Hay montones de nombres! Hay gente muy excepcional. Por ejemplo los japoneses, que están sacando una hornada de nuevos creadores impresionante, como los arquitectos del estudio Sanaa o el diseñador Naoto Fukasawa. Después me gustan otros personajes muy puntuales, como los hermanos franceses Bouroullec, que son muy finos y muy cultos. Es verdad que los italianos han perdido un poco el carro. Han tenido grandes maestros y muy importantes, pero actualmente no están ahí –aunque hay algunos, como siempre.
Y en España es curioso, porque de mi generación a la generación de los ‘treinta y algo’ hay un salto muy importante. Y, sin embargo, esta nueva generación que está en la década de los 30 está cambiando y despuntando. Por ejemplo, Marc Morro, Xavi Mañosa e Isern Serra. Hacen cosas, pero son un pelín jóvenes y hay que ver cómo siguen, porque es difícil mantener el tipo, hay que ser muy exigente y hay que hacerlo siempre bien. El rigor es muy importante, pero sobre todo el rigor conceptual: no todo vale. Si mantienes el rigor conceptual, acaba dando premio. Pero hay que ser muy tozudo e insistente.
¿Crees que la fama y el éxito merman este rigor conceptual?
Esto está pasando. Cuando era joven, lo de la fama era prácticamente inalcanzable, con lo cual casi ni te lo planteabas, y entonces trabajabas. Ahora, con los medios y las redes sociales, se supone que la fama es más fácil, y es verdad. Lo que pasa es que el camino es más corto, aunque también hay mucha más gente que está haciendo cosas. Y sí veo, cuando trato con personas jóvenes, que tienen un poco la borrachera de la fama. ¡Les gusta, les pone! Porque lo ven factible. Pero ahí hay un error, porque el rigor se deja por el camino. Hay que pensar en hacerlo bien para uno mismo, y no en si se ganará dinero o en si uno se hará famoso. Desde mi punto de vista, lo que haces te tiene que gustar mucho a ti. Así acaba funcionando, aunque al principio parezca que no. Hay que mantenerse fiel a uno mismo. Hay que seguir el deseo interno, no la fachada. Al final, acaba pasando lo que queremos que pase.
Ya llevas bastantes años trabajando, pero sigues igual de inquieto. ¿Cómo estás actualmente? ¿En qué proyectos estás implicado?
Estamos en muchos proyectos, sobre todo de iluminación. Es verdad que este reconocimiento de “lamparero”, como yo lo llamo, nos permite acceder a clientes nuevos con propuestas nuevas. Pero igualmente hacemos cosas muy sencillas y muy básicas. Hoy en día hay una mezcla extraña en la que la tecnología, por un lado, está a un nivel extraordinario y la podemos usar de forma muy interesante, pero también nos gustan cada vez más las cosas sencillas. Y estamos trabajando entre estos dos mundos. Son dos polos muy opuestos, y lo atractivo es encontrar cómo unirlos.
Y ya para terminar, ¿cómo te planteas el futuro? ¿Cómo te ves, o cómo te gustaría verte, dentro de cinco años?
¡Cinco años es muy poco, pasan muy rápido! No lo sé. Es raro, porque sí que es verdad que me estoy empezando a sentir un poco mayor. No por dentro, pero sí por fuera. Aparte de esto, si no hay espejos, me veo igual que ahora: trabajando con ilusión en cosas que me atraigan, y que podamos proponer trabajos interesantes, sugerentes y atractivos. Quizá no trabajo tan a lo bestia como lo hacía hace veinte años, pero también es verdad que, aunque parezca mentira, hay cosas que van a más. La experiencia es un grado importante, ves las cosas de otra forma: vas más rápido en unas, y más lento en otras. Por ejemplo, con las decisiones: te lo miras todo mucho más, vas con más cuidado. Cambia la forma de hacer. Pero no me veo jubilado para nada. A veces pienso que no estaría mal un año sabático sin hacer nada, pero no… No tengo tiempo, ni de hacerlo, ni de planteármelo. Me veo siguiendo a tope.
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