Pero antes de eso, antes de eso Nicky Jam lo petaría muy fuerte en el escenario con un público entregado que coreaba cada una de las canciones, Robaré, El perdón, Jaleo, El amante… Y volvemos a lo que decíamos al principio, esa calidad de sonido no es fácil de encontrar. Volvimos a experimentar algo similar al día siguiente en Ushuaïa, el otro club insignia del grupo hotelero Palladium, esta vez al aire libre. Un club que es también un hotel, bueno dos, con capacidad para algo más de cuatrocientas habitaciones entre ambos y siete mil ochocientas personas. Una fantasía. O una pesadilla, según se mire. ¿Quién querría reservar una habitación cuyo balcón da a una pista de baile? ¿Estamos locos? Bueno, si eres de los que busca la fiesta y tienes en cuenta que por su escenario pasan los mejores DJs del mundo, no es de extrañar que las mejores habitaciones acaben agotadas cada verano y a un precio no precisamente barato. A las ocho de la tarde esto parece el Sonar. Mientras el club se va llenando, el personal se agita en la pista sorteando el calor como puede. Mucho pantalón corto pero también mucho lookazo entre Kim Kardashian y Sita Abellán, si es que se me entiende. Cae la noche, el calor sigue dando por saco y nosotros nos retiramos porque nuestro avión sale en unas horas. No me importaría volver, os lo digo. Quizá la próxima vez sí podamos hablar con Nicky Jam. El avión de vuelta, el último de la noche, está petado de chavales que vuelven de la Ibiza más festiva, la que nunca duerme. No es domingo. Es un martes cualquiera. Mañana algunos irán a trabajar, otros estarán de vacaciones y el último avión de la noche, seguramente, volverá tan lleno como este.