Tomás Laurenzo es investigador, artista y profesor universitario. Antes de llegar a eso, quería ser músico y creador de videojuegos; ahora, que hace performances, ha inventado instrumentos, y trabaja con inteligencia artificial, parece que no está tan lejos de esos sueños adolescentes. Sin embargo, va mucho más allá. A través de su práctica pretende descifrar cómo funcionan el mundo y las relaciones de poder, y su obra e investigación –no entiende la una sin la otra– acostumbran a tener una carga política difícil de ignorar. Con obras que tratan desde la inteligencia artificial hasta la interacción público-artista, pasando por la otredad, el sonido, o la censura, decidimos hablar con él para conocer más a fondo en qué consiste todo lo que hace.
Para quien no te conozca, ¿podrías contar quién eres y cuál es tu trabajo?
Me llamo Tomás Laurenzo y soy un artista e investigador uruguayo. Nací y crecí en Montevideo y, tras vivir por temporadas más o menos cortas en distintos países, me establecí en Hong Kong hace cuatro años. Actualmente trabajo como profesor asistente en la School of Creative Media, de la Universidad de la Ciudad de Hong Kong (City University of HK).
Mi trabajo se centra en la producción de obras y en la investigación teórica. Muchas de mis piezas tienen un componente tecnológico –de hecho, tengo un doctorado en informática. Mi investigación suele centrarse en los aspectos políticos y sociales de la tecnología así como también en cuestiones de teoría del arte (en particular, en arte que usa la tecnología como medio). Si hubiera que agregar datos sobre mí, incluiría que estoy casado con una artista lituana, Tatjana Kudinova, que no tengo hijos, que mis padres siguen en Montevideo y que trabajo demasiado.
Eres diseñador, investigador, ingeniero y artista. ¿Te decantas por alguna de tus facetas o todas te sirven para desarrollar las demás?
No es tanto que cada faceta desarrolle las demás, sino que mi trabajo cae en todas las áreas simultáneamente. Tampoco es que me esfuerce por encontrar la intersección entre estas áreas, sino que, en realidad, la combinación se suele dar de forma natural. De cualquier manera, tengo etapas donde me decanto más por algún área o interés. Quizás mi faceta de diseñador sea la menos desarrollada. Si bien he trabajado mucho en diseño, con el tiempo –y gracias a haber colaborado con excelentes diseñadores– me terminé dando cuenta de que no es el área en la que me desempeño mejor.
Por otro lado, me resulta particularmente interesante la relación entre el trabajo del artista y el del investigador. Yo tiendo a pensar el arte como una investigación acerca de la construcción de sentido que se realiza con una preocupación estética. Es decir, que se realiza transitando un ‘eje estético’ de forma explícita. Mi trabajo como investigador es muy similar a mi trabajo como artista, pero la estética es quizás secundaria o implícita, y el centro ontológico es externo en lugar de ser parcialmente autorreferencial como en el caso del arte.
Tal como me has dicho, también eres profesor de universidad. ¿Qué lección crees que es la más importante que debes enseñar, más allá de los contenidos que impartes?
Que roles asimétricos –docente y estudiante– pueden ser complementarios e interaccionar de forma constructiva, siempre y cuando haya estructuras que permitan administrar la disparidad de poder. Y también que el proceso de enseñanza-aprendizaje debe centrarse en la construcción conjunta del conocimiento: ni uno, como docente, sabe todo, ni el estudiante es una tabula rasa. Es importante desprendernos de la idea de que el docente debe ‘depositar’ un conocimiento ya existente en los estudiantes –lo que Paulo Freire llamó la “educación bancaria”– y, en su lugar, tratar de que la educación apunte hacia la libertad.
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En alguna ocasión has hablado del impacto fundamental de Duchamp en toda la historia del arte. ¿Qué relación tienen tus obras con el artista francés?
Bueno, si compararme con buenos diseñadores me resultaba difícil, compararme con Duchamp me resulta imposible. La influencia de Duchamp tanto en mi trabajo como en el de prácticamente cualquier artista contemporáneo es enorme. En particular, la asunción de la dimensión conceptual del arte (opuesto a lo que él llamaba ‘arte retinal’, refiriéndose al arte puramente perceptual) es probablemente lo que más me ha impactado.
Es que el cambio de objeto a concepto es bastante radical. Citando a Sol Lewitt, “la idea se convierte en una máquina que hace el arte.” Joseph Kosuth decía que la función interrogativa del arte fue planteada por Duchamp y yo trato de enmarcar mi trabajo bajo ese marco conceptual, como una investigación o una búsqueda. De hecho, frecuentemente describo mi práctica como una secuencia de experimentos tratando de reflejar esa función interrogativa.
Además de Duchamp, ¿quién o qué más te sirve de inspiración?
Hay muchísimos artistas, investigadores y filósofos que me han influido mucho. Algunos porque toda su producción es increíble y otros por alguna obra en particular. Es imposible dar una lista cabal, pero algunos de los artistas que me han marcado especialmente (listados sin ningún orden) son Nam June Paik, Michael Craig-Martin, Julian Oliver, Luis Camnitzer, John Cage, Myron Krueger, Bertolt Brecht, Néstor García Canclini, Vílem Flusser, Joseph Kosuth, Memo Akten, Héctor Rodríguez, Manoloide, Daito Manabe, Mario Klingemann, Paul Virilio, y un larguísimo etcétera.
Trabajas continuamente mano a mano con otros artistas. ¿Qué te aporta trabajar con compañeros que no lo haga el trabajo individual?
Colaborar con otros artistas es algo muy importante para mí. He tenido la suerte de hacerlo con artistas excelentes de quienes he aprendido en todos los campos posibles, desde lo conceptual hasta lo puramente técnico (si es que lo puramente técnico existe). Una de las cosas que más me gusta de las colaboraciones es que me permiten escapar de algunas dinámicas un poco obsesivas en las que caigo algunas veces. La mayor parte del tiempo trabajo solo, y a veces pierdo la perspectiva: empiezo a pensar que lo que hago no tiene demasiado sentido en el gran orden de las cosas. Al colaborar me doy cuenta de que, aunque quizás no tenga sentido, igual vale la pena hacerlo.
“Me resulta particularmente interesante la relación entre el trabajo del artista y el del investigador. Yo tiendo a pensar el arte como una investigación acerca de la construcción de sentido que se realiza con una preocupación estética.”
El público como agente activo es una parte fundamental de tus obras –lo hemos visto, por ejemplo, en Celebra, Nibia o en Foreing Helpers. ¿Qué buscas de la participación de los espectadores?
Duchamp dijo que el acto creativo no es realizado solo por el artista sino que el espectador colabora con él al descifrarlo, interpretarlo, e inscribirlo en su contexto; es decir, que en cierta medida, toda obra es interactiva. Sin embargo, al construir piezas que son explícitamente interactivas es posible empezar a utilizar un lenguaje artístico que trabaja con la interacción como un componente estético. Parafraseando a Myron Krueger, es posible trabajar en el arte de la interacción en lugar de en obras que además sean interactivas.
Por otro lado, muchas de mis obras –como las que mencionas– exploran aspectos sociales o políticos y a mí me interesa mucho que esa exploración sea compartida por el público. Creo que las obras interactivas abren la puerta a una experiencia artística particularmente íntima, donde se puede apuntar a quitar al espectador del rol de consumidor pasivo o indiferente y ponerlo en un lugar de reflexión.
El mundo digital también es una pieza clave en tus obras, pero llevas ya unos cuantos años haciendo creaciones y las tecnologías cambian continuamente. ¿Qué te llevó, en un primer momento, a utilizar la tecnología en tus obras? ¿Cómo valoras la evolución que has hecho en tu trabajo?
Fue un camino muy natural para mí, desde pequeño estuve fascinado por el software, y desde la adolescencia por la música, el diseño y el arte. Mi fascinación con los ordenadores empezó de niño con mi primer ordenador, un clon brasileño de la ZX Spectrum llamado TK90X. Mis primeros experimentos fueron con él, aunque de pequeño no se me ocurría que pudieran ser considerados obras de arte ni tenía ninguna intención de más adelante ser artista.
Luego pasé por una etapa de querer hacer videojuegos pero poco después, ya teniendo un PC en casa, conocí la demoscene, que me abrió las puertas a la expresión gráfica y musical con ordenadores, y me quedé atrapado. Cuando terminé la secundaria, dudé si estudiar música, pero al final me decidí por estudiar informática en la Universidad de la República, en Montevideo. Mi carrera la hice bastante enfocado en la convergencia entre arte y tecnología. De hecho, mi proyecto de fin de carrera fue un instrumento musical que realicé con un compañero, Juan Fabrizio Castro, quien ahora también es ingeniero y músico.
Hablando de instrumentos, has estado en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía con la performance y concierto Ellos, y no es la primera vez que la música es la protagonista de tus creaciones. ¿Qué importancia tiene en tu vida? ¿Qué te gusta escuchar?
La música es un componente fundamental de mi producción artística y de mi vida en general. Frecuentemente menciono que mis performances tienen algo de excusa para poder hacer música en público. Desde adolescente que toco la guitarra y he tenido la suerte de colaborar con excelentes músicos, tanto en Uruguay como en otro países.
Igual que con el arte en general, es difícil hacer una selección de lo que a uno le gusta. Para evitarme el problema, estos son los diez últimos artistas que he escuchado más o menos obsesivamente: The Flaming Lips, Spoon, Tom Waits, Count Basie, Grandaddy, The Apples in Stereo, Electric President, Beck, Yo La Tengo y Wes Montgomery.
“La idea que aparece una y otra vez de que haya problemas que sean puramente técnicos y no políticos es falaz y tiene como objetivo convencer de la existencia de una suerte de orden natural que justifica y explica la desigualdad.”
La censura en el arte, aun estando en 2018, sigue muy presente. Tú que utilizas la política y el poder como temas recurrentes en tus obras, ¿alguna vez has tenido problemas por decir o hacer algo comprometido?
Por suerte no he vivido ningún caso de censura explícita. Hace unos años di una charla en Dubái y los organizadores del festival pidieron aprobar las diapositivas antes de darla, pero lo que iba a presentar no les pareció particularmente ofensivo y no me pidieron que cambiar nada. Un problema de la censura es que es muchas veces termina siendo auto infligida. Muchas veces me presento a concursos o convocatorias/open calls y soy consciente de que es difícil competir con obras políticas o controversiales.
Trato de luchar contra la autocensura, pero no sé cuán efectivamente lo hago. Y tampoco tengo claro cuánto ha influido en mi capacidad de ganar dichas convocatorias. Cuando me invitaron a dar una performance en el CCA en Córdoba, mi primera idea fue trabajar sobre el tema de la censura, que en España es muy urgente, pero al final no lo hice. Quiero creer que fue porque la performance que compuse naturalmente fue hacia otro lado, pero debo admitir que me quedé con ganas de hacerlo y con un poco de culpa por no haberlo hecho.
En Homs, proyectas imágenes capturadas con drones de las ruinas de la tercera ciudad más importante de Siria sobre una cabeza metálica y se genera un “un hermoso espectáculo hecho a partir de las ruinas”. ¿Qué te impulsó a tratar los conflictos de Siria?
La indignación, el dolor, la angustia. Siria es un claro ejemplo del horror estructural en el que estamos metidos. Esta obra en particular surge del ver cómo no solo no se cuestionan las razones detrás de los conflictos (si uno escucha la narrativa en las noticias, muchas veces parece que no hubiera relación entre la política exterior de Estados Unidos, Rusia, y Europa, y la situación actual de la región), sino que además se trata el tema como una especie de entretenimiento.
Es un poco la misma temática que he trabajado en otras obras, como Ellos o 5500. La idea de ‘los otros’, de aquellos que no son nosotros. Las imágenes de las ruinas en Siria en las noticias siempre son enmarcadas en esa otredad, es algo que le pasa a otros, algo que pasa lejos. La obra trata de hacer eso explícito utilizando las imágenes para generar unos patrones de reflejos que son muy bonitos. En definitiva, lo que trato de hacer con mi trabajo es plantear la reflexión desde el hecho artístico: si pensamos en el arte como la investigación de la construcción de sentido, mi trabajo muchas veces se enfoca en la construcción de sentido político.
En Facing Interaction haces del rostro un instrumento musical. Además de esta creación, el reconocimiento facial nos ha regalado cosas tan divertidas como Snapchat, pero también tan turbias como Zhima Credit, el sistema de valoración social que utiliza China y que ya vimos en Black Mirror a modo de ficción. Parte de la puntuación depende de la información que recojan las cámaras que hay en las calles del país. ¿Qué sientes y piensas al ver la doble vertiente de las tecnologías que utilizamos?
El problema no está en el sustrato tecnológico sino en el político y social. Todos los avances tecnológicos pueden ser y han sido usados como herramientas de control, represión y explotación. La idea que aparece una y otra vez de que haya problemas que sean puramente técnicos y no políticos es falaz y tiene como objetivo convencer de la existencia de una suerte de orden natural que justifica y explica la desigualdad.
Con el reconocimiento facial sucede esto también. Es fácil encontrar aplicaciones éticas y aplicaciones opresivas, por lo que, dadas las características de la sociedad contemporánea, es imprescindible crear un marco legal que limite y controle estas últimas.
Sin duda, las perspectivas de los artistas, cada una con sus influencias y su mundo interior, nos ayudan a entender mejor lo que pasa a nuestro alrededor, así que, ¿a qué artistas nos recomiendas seguir la pista para descifrar la realidad?
Como decía antes, es difícil hacer una selección que no sea muy injusta. A los artistas que mencioné antes, agregaría a Golan Levin, Kyle McDonald, Keiichi Matsuda, Rafael Lozano-Hemmer, Jad Abumrad, Paolo Cirio…
Para terminar, ¿qué proyectos estás preparando?
Siempre tengo un montón de pequeñas obras y proyectos en los que voy avanzando lentamente. Además de ellos, mis proyectos principales, que son proyectos artísticos pero también de investigación, son dos. El primero trata de inteligencia artificial, política y arte, que es un área que me tiene fascinado desde hace unos años, mientras que en el otro estoy trabajando en realidad aumentada espacial.
Realidad aumentada espacial es un nombre complicado para una idea simple: proyectar imágenes sobre objetos y superficies alternativas a la pantalla. Desde hace algunos años, la versión más simple –video mapping– ha estado de moda, pero se puede hacer mucho más. Mi proyecto se centra en proyectar sobre superficies que se pueden mover o deformar y luego ver cómo se puede interactuar con esas superficies ‘aumentadas’.
En el otro proyecto, que es un poco más nuevo, estoy trabajando con redes neuronales, manipulación de video, y generación automática de texto. Hace unos meses terminé un libro de poesía que escribí en colaboración con una red neuronal, donde mi texto alimentó una red neuronal entrenada con la obra de varios artistas, y luego tomé los resultados y los seguí trabajando hasta llegar a un libro. Ahora estoy trabajando en adaptar técnicas de reconstrucción tridimensional de video y tengo varias obras en camino explorando temas de privacidad, seguridad, y vigilancia.
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