Impulsado por la frustración de los casi seis años que le tomó el proceso de financiación para su siguiente película, La desconocida, y la necesidad de reencontrar el significado de su creación, Pablo Maqueda dirige y protagoniza Dear Werner, que se estrena hoy en cines catalanes después de un primer fin de semana en las salas del resto del estado. Una carta de amor al cine, una caminata desde Munich a París de más de 750 kilómetros, y un tributo a uno de sus ídolos, el gran director alemán Werner Herzog. “Cuando hice esta película no pensaba hacérsela llegar, pensaba hacerla con ese espíritu adolescente, como si Werner fuera un dios, inalcanzable”.
Pablo Maqueda empezó como director de cine cuando era muy joven, casi por instinto, y con muchas ganas de producir sin pedir permiso. Dio sus primeros pasos en la industria autoproduciéndose, con obras pequeñas, estrenadas en digital y con una pulsión creativa imparable. A los 20 años ya estaba estrenando cortometrajes, rodó su primer documental, All the women, y creó un manifiesto cinematográfico llamado #LittleSecretFilm, del que salieron más de veinticinco largometrajes de distintos directores bajo unas normas muy estrictas. Entre ellos, Manic Pixie Dream, otra de sus autoproducciones con muy buen recorrido por festivales internacionales.

Ahora, con 35 años y una larga trayectoria en el mundo del cine, la televisión y la publicidad, estrena Dear Werner en la pantalla grande. Una producción que tiene como leitmotiv el diario de Werner Herzog Of Walking in Ice (1978), y que Pablo sigue al pie de la letra –a modo de instrucciones– hasta llegar a París. Maqueda rueda este documental en solitario y termina haciéndola llegar a su destinatario, siendo el propio Werner quien narra algunos de los fragmentos de su libro incluidos en la película. El círculo se cierra.
Dear Werner funciona como una carta de amor al cine, ¿cómo nació la idea de emprender el viaje que hizo Werner, pero cuarenta y cinco años más tarde?
Era un momento en el que estaba perdiendo la fe en contar historias, en el que el tiempo estaba más dedicado a pensar cómo sería una película futura si tuviese presupuesto en lugar de hacerla. Me pareció muy bonito echar la mirada atrás y pensar en aquellos sentimientos que tenía cuando estudiaba cine a los 20 años, esa cinefilia adolescente que se entrevé en el documental. Hubo un tiempo de mi vida en el que no paraba de ver cine clásico, por lo que me pareció muy bonito utilizar el libro como una herramienta narrativa, como un leitmotiv para arrancar desde Herzog y acabar con la historia del cine. Por eso el título de Walking on Cinema, siguiendo un poco el Of Walking in Ice de Werner.
En estos momentos en el que el cine es tan quebradizo como una capa de hielo –la series son cine, un vídeo de YouTube es cine– me pareció interesante llegar a esta reflexión y ver al pasado hacia un artista al que yo admiro, es el que ha moldeado mucho mi mirada como director. Por eso cogí el libro, libro al que siempre acudo cuando estoy desmotivado, porque me inspira mucho esta imagen de Werner caminando bajo el frío para intentar salvar a otra persona.
Menciona la sinopsis que Dear Werner es “un viaje a través de pueblos, naturaleza, soledad y frío en busca del significado de la creación”. ¿Dirías que has encontrado ese significado? ¿Cuál es el mayor aprendizaje o autodescubrimiento que te ha traído este viaje?
En mi caso, ese significado de la creación desde una óptica más personal ha sido intentar encontrarme a mí mismo a través de mis obras. Porque siempre he sido un director que no ha dejado entrever su propia filosofía de vida, mi propia visión a través de mi personajes. He creado universos demasiado lejanos a mí para ellos y me parecía que este ejercicio tenía que ser una autoficción. Porque si de algo sé en la vida es de frustración, de intentar sacar proyectos adelante, y me parecía que era una herramienta muy poderosa a nivel narrativo.
Mi productora me llevaba diciendo muchos años: habla de lo que conoces, habla de lo que sabes. Y echando la vista atrás, creo que con esto puedo aportar un grano de arena, no para ofrecer una visión negativa y pesimista sino lo contrario, intentar motivar e inspirar a las nuevas generaciones, a toda la gente que viene detrás de mí.
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Cuando Werner empezó su viaje hace cuarenta y cinco años, tomó una chaqueta, una brújula y una bolsa de lona como objetos imprescindibles o esenciales. ¿Qué te ha enseñado este viaje sobre lo que es imprescindible y sumamente necesario como cineasta?
Yo creo que esa brújula, esa bolsa de lona, eso imprescindible que cogía Werner, en mi caso se han convertido en experiencias, en darme cuenta de que si quiero que mis películas sean ricas en un futuro, tienen que estar nutridas de experiencias vividas en primera persona. Casi como un actor que intenta investigar un papel.
Por ejemplo, un día caminé setenta kilómetros sin parar hasta reventarme las plantas de los pies, como hizo Werner, por el placer de hacerlo. Si Werner lo ha hecho, yo también quiero llevar mi cuerpo al límite para intentar aprender cómo puedo reflejar esto mediante la pantalla. También me parecía muy interesante el hecho de que el aprendizaje no fuera solo emocional sino también físico. Tuve que prepararme durante casi un año antes de lanzarme el camino. Caminaba veinticinco kilómetros al día, un compromiso conmigo mismo para intentar sacar un hábito que sigo manteniendo –sigo caminando a todos lados.
Hoy en día, con un GPS o un smartphone es mucho más fácil que andar con simplemente una brújula y un mapa de papel. ¿Cómo crees que esto alteró tu viaje con respecto al viaje que hizo Werner? ¿Sientes que estar super conectados con dispositivos móviles alteró la experiencia?
Por supuesto, la alteró al 100%. No hay que olvidar que Werner caminó en un acto de fe desesperado. Yo he rodado una película por el camino y he tenido que estar conectado con la tecnología al 500% a la hora de localizar pueblos que me parecían interesantes y rastrearlos a través de Google, a través de Street View incluso. Y cuando ya estaba en el camino, utilizar la tecnología a mi favor para saber cuánto queda entre pueblo y pueblo.
Ahí es donde te das cuenta de cómo lo que hizo Werner en el 74, en uno de los inviernos más duros de la historia, es una gesta heroica. En mi caso, yo he seguido los pasos de una gesta heroica pero no he hecho ninguna gesta, he intentado realizar un tributo.
Estuviste solo varios días y con pocas interacciones humanas en el camino. ¿Cómo cambia la percepción de la distancia y el tiempo cuando estás solo? ¿Cómo se vio afectada tu salud mental en el trayecto?
Mi salud mental no se vio afectada porque tenía muchos amigos que me acompañaban en forma de podcast (risas). La música y los podcasts fueron grandes aliados para no perder la cabeza, porque Werner, en el libro, lo deja claro. Hay una frase que recuerdo que pone: “Largas conversaciones conmigo mismo, he confundido una oveja con un caballo”. O sea, llega un momento en el que pierdes de ti.
Pero también he intentado no estar conectado con la tecnología durante un día para llevar esto al extremo. Y créeme, cuando llevas más de ocho horas seguidas subiendo una montaña y llegas a la cima y ves que todavía te queda otra hora más hasta llegar arriba… Y cuando crees que llegas, cruzas un desfiladero y todavía queda otra hora más. En ese momento, las fuerzas mentales y emocionales están por los suelos y tienes que agarrarte a lo que sea, en mi caso, los palos que utilizaba para soportar el peso del cuerpo no solo eran un apoyo físico sino también mental.
Ya un poco más a lo que decías sobre la soledad, me parecía muy interesante reflexionar sobre mí y hacerlo a través del cine de Werner. Me llevé varios libros de Herzog en la mochila, entonces también iba leyendo algunos fragmentos, subrayando determinadas reflexiones, y en algún momento escribiendo alguna frase. Pero tampoco me daba tiempo a reflexionar demasiado porque mi reflexión principal era intentar grabar una película, intentar conseguir las mejores imágenes posibles aprovechando el tiempo que tenía. Además, no soy director de fotografía, entonces tenía que intentar, con estas dos cámaras pequeñas que llevaba, intentar mostrar lo apabullante que veían mis ojos. Era mi mayor miedo.
Mis ojos van a ver paisajes sobrenaturales y espectaculares, pero puede que mi cámara logre capturarlo, como quien le hace una foto a un horizonte o a la luna con el iPhone. Pero bueno, creo que lo he conseguido. Por eso también el objetivo de que se estrenara la película en salas y que el espectador se sienta pequeño ante la gran pantalla.
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¿Hubo veces en las que estuviste cerca de rendirte, ya sea por limitaciones físicas o el cansancio emocional del trayecto? ¿Cuál fue un verdadero reto a lo largo del camino?
No, porque tenía un objetivo muy ambicioso, que era llegar a la Cinemateca de París, que ya me habían abierto su fondo documental y me habían dado el permiso para poder rodar. Fui guardando conmigo una muda limpia en la mochila para intentar llegar presentable ese día, y la verdad es que era bonito tenerlo como una motivación. Pero más que desaliento eran dudas. ¿Merecerá la pena todo esto que estoy haciendo? Cuando regrese a Madrid y vea los brutos, ¿seré capaz de sacar una película de todo esto, de imágenes sin orden en concreto?
Ese era otro de mis miedos, pero tuve mucho tiempo de reflexión en el propio confinamiento. No solo pudimos reflexionar sobre nosotros mismos, sino que también yo pude valorar si los brutos me servían para utilizar ese plano subjetivo que había grabado. Es lo que espero que la película haga a los espectadores, que les ayude a viajar a otros lugares.
Hablemos de este plano subjetivo. La cámara al nivel de tus ojos nos deja vivir la experiencia contigo, como si estuviéramos haciendo el viaje juntos. Definitivamente, tu producción posee una gran profundidad y significado, incluso con una carga poética. Sin embargo, ¿cómo crees que este documental se compara con los videos más amateur o video blogs de viaje? ¿Dónde crees que reside la línea que los separa?
Muy buena pregunta. Ese fue uno de mis principales objetivos cuando arranqué este proyecto, no quería asociarme a ninguna estética demasiado replicada por videos de viaje y viajeros. Por ejemplo, los drones. Sé que están muy de moda, igual que las GoPro. Me parecía que esto tenía que ser lo más verosímil en cuanto a mirada. Por eso mis referentes fueron muy contemporáneos.
Por supuesto, yo también soy consumidor de YouTube, mucho más que de cine. Me propongo ver una película cada día, pero aún así, también consumo muchísimos canales de Youtube y youtubers. De hecho, tengo una película, Manic Pixie Dream Girl, sobre la generación video blogger y la generación youtuber, incluso me parece que el nuevo cine documental va por esos derroteros.
Tuve muy claro por eso que mis referentes no tenían que ser tan contemporáneos sino muy clásicos, hasta incluso los hermanos Lumière –cuando planto la cámara en el trípode, cuando reflexiono sobre este primer plano, etc. Esos planos subjetivos que nos llevan un poco también a las vanguardias rusas, incluso al expresionismo alemán, con esa noche cerrada, esa oscuridad que es casi un cuadro abstracto de Rothko. En estos tiempos en los que estamos tan hiperconectados que no tenemos tanto tiempo para ver cine porque vemos muchas series, mucho Youtube, mucho streaming, etc., me parecía bonito animar a los espectadores a descubrir el cine clásico del que ya no se habla.
Cuéntanos sobre tu relación con Werner Herzog. Te pusiste en contacto con él para pedirle que colaborara con grabar parter del epílogo contigo. ¿Qué pensó tras ver el documental?
Ha sido algo que me guardo para siempre. Que Werner, cuando ve la película, diga que mi espíritu de joven cineasta le recuerda a él cuando rodó Nosferatu, viéndose a sí mismo casi a mi edad haciendo este homenaje a Murnau, es muy emocionante. O que haya participado del guion de la película, motivando algún cambio sobre episodios de su vida o animándome a hablar más de mí que de él, asuntos como los de la cueva en los que él decía, no tengas miedo en ir por este camino.
Cuando hice esta película no pensaba hacérsela llegar, quería hacerla con ese espíritu adolescente, como si Werner fuera un dios, inalcanzable. El hecho de que esta carta, al final, pudiera llegar a su destinatario fue una propuesta de Haizea, la productora. Ella me animó mucho a mantener un diálogo con él. Vio las posibilidades que podía tener esta película de llegar a las salas. El contacto fue muy fácil, Werner ha sido muy generoso con nosotros y nos ha dado todo sin pedir nada a cambio. Y el hecho de que ya se ofreciera a narrar fragmentos de la película, a interpretarlos con esa característica voz suya en inglés en exclusiva para la peli, ha sido espectacular.
Recuerdo un episodio que a mí me llama mucho la atención del director catalán Marc Recha, que a finales de los 90 se fue a París a conocer a Robert Bresson. Cuando lo leí en una entrevista, pensé lo mismo: ah, ¿pero que a los ídolos se les puede llegar a conocer? Como en tiempos más clásicos del Barroco o del Renacimiento, en los que tú podías ir a su taller y aprender de ellos. Es paradójico que en estos tiempo de hiperconexión. Solo hablamos del yo todo el rato, el culto al ‘yo, yo, yo’. En lugar de hablar de mí, me parecía bonito hablar de otra persona. Y si encima, a lo largo del camino, he descubierto cosas sobre mí, pues mucho mejor, pero no era mi objetivo.
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En el documental hablas también sobre lo dura que es la vida del cineasta, sobre las malas experiencias que has tenido a lo largo de tu carrera, la frustración del rechazo. Pero también sobre tus logros y los días buenos. ¿Qué le dirías a los cineastas jóvenes que, como tú, empezaron con una mentalidad muy positiva pero que con el tiempo tendrán que enfrentarse a los retos de la industria que tanto Werner como tú mencionáis?
A las generaciones futuras, que no idealicen el séptimo arte, que tienen que convivir con ello como algo mundano. Por ejemplo, yo tengo 35 años, tengo ya varias películas a mis espaldas y la siguiente la voy a rodar el año que viene. Pero ahora mismo no puedo vivir del cine. Soy profesor en una escuela de cine, trabajo en una agencia de marketing, soy director creativo, realizo publicidad, y en alguna ocasión algún video promocional. Mi consejo va por ahí, que se preparen muy profundamente para esta industria pero que no piensen que van a poder vivir del cine únicamente. Es algo que yo me diría cuando tenía 20 años. Como dice Werner, “que estén en contacto con sus pies en el suelo”. Eso es lo que a me gustaría decirles.
Y sobre todo, el consejo más claro, que yo creo que en la película se denota mucho: si quieren hacer cine, sobre todo ahora que están arrancando, que lo hagan. Que no pidan permiso a nadie, que innoven, que experimenten, que cojan un móvil, una cámara, la más antigua, pero que la cojan y que hagan una película. Da igual que sea buena o mala, llegará a su público, y si van formándose y haciendo una que otra, irán alcanzando una voz. Es un poco mi objetivo como director, intentar conseguir un estilo y una voz a medida que vaya haciendo cine.
¿Cómo representa este viaje un antes y después de tu carrera cinematográfica? ¿Sientes que esta experiencia ha cambiado tu enfoque sobre el resto de tus proyectos?
Sí. Te diría que lo ha cambiado porque echo la vista atrás y veo al Pablo de hace un año, que no pensaba rodar esta película, y era un Pablo mucho más centrado en el futuro, solo pensaba en la meta. Y aparte que es algo ilusorio, estás luchando durante seis o siete años para conseguir la financiación de una película y luego llegas al rodaje y son cuatro semanas de tu vida que pasan volando. Entonces, he sido un director que no ha disfrutado del camino. He llegado a estar en reuniones importantísimas para mi carrera, en foros de coproducción de festivales internaciones, y no he disfrutado de ese camino.
Ahora no, esto es lo contrario. Gracias a esta película, intentando subir una montaña donde no tienes nada a lo que agarrarte, solo una cámara pequeña, te das cuenta de que todo lo que rodea a la imagen muchas veces es ilusorio. Lo único que interesa es lo que se ve en el cuadro. Esta película también me ha animado para que no todos los proyectos del futuro tengan que ser en clave mainstream o con un gran presupuesto. A lo mejor me apetece rodar otra película pequeña, un poco yendo al espíritu del joven cineasta.
Hay muchas veces que quiero hacer proyectos por el simple placer de hacerlos. Y ahora mismo, en tiempos pandemia, con mucho más motivo, donde el presente es el único presente que tenemos y no podemos hacer planes ni si quiera para la próxima semana. Ahí es donde te das cuenta de que lo único que vale es lo que puedes hacer hoy.
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