Ni el esnobismo, ni la pomposidad vacía, ni la frivolidad imperante en redes sociales bajo hashtags y seguidores comprados. El valenciano Ovidi Benet, diseñador de formación y artista de vocación, tiene claro aquello que no le gusta ni interesa. “No sé lo que hago, pero sí lo que no hago” explica, antes de decantarse por adjetivos como costumbrista, irónico o ambiguo para referirse a su trabajo. Propuestas que surgen de la simbiosis arte-diseño, aleatoriedad-funcionalidad y estética-practicidad, en las que revisita el origen para cuestionarse el momento presente.
“El diseño fue una decisión que unía sobrevivir en el Madrid de 2012 y una manera de expresar creatividad”. Desde que era niño, Ovidi sintió la necesidad de recurrir a la creatividad en busca de respuestas. Tras dar sus primeros pasos en el mundo del arte, decidió reconducir su forma de expresión cuestionándose algo tan importante como olvidado: el objeto. Concretamente, el mensaje escondido tras la forma, los materiales y lo evidente al ojo humano.

Desde la dignidad y la supervivencia, hasta la precariedad y el desencanto generalizados entre los más jóvenes, pasando por Balenciaga o el significado oculto tras lo trashy. “Debemos avanzar porque debemos sobrevivir” afirma rotundamente, destacando la influencia que los atentados del 11-S tuvieron en la percepción (y evolución) de la sociedad occidental hiperconsumista. “Digamos que sería la primera ‘performance’ televisada a nivel global”.

En su último proyecto, Hipersuperficie, desvelado en la galería The Blink Project como parte del circuito Abierto Valencia 2020, Benet cierra un ciclo más en su recorrido profesional. Una etapa marcada por la reflexión formal y funcional del individuo y todo lo que le rodea, que se prepara para dejar paso a nuevas experiencias vitales con las que seguir evolucionando. “Tengo una necesidad de que el público se haga preguntas. Yo solo pondré la semilla”.
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Artista y diseñador a partes iguales, reconoces sentirte identificado con ambos términos, refiriéndote a ellos como “complementarios”. ¿Quién es Ovidi Benet?
Digamos que no he encontrado una palabra que resuma ambos términos. La única que me viene a la cabeza es creador, pero suena demasiado bíblico. Por ahora, no soy 100% una cosa ni la otra, lo único que sé es que uso la cabeza de una forma poco sistemática y peculiar, pero nada del otro mundo. Me llamo Ovidi, y soy diseñador de formación y artista de vocación. Lo primero es una decisión y lo segundo un privilegio.
¿Dónde está el límite entre el arte y el diseño? ¿Cómo conviven entre sí y de qué forma se suceden en tu proceso creativo?
Algunos dirán que el arte no tiene función y que el diseño sí la tiene. Ambos tienen la misma función a día de hoy, ser expuestos. Nos compramos ropa de JW Anderson, Sunnei, Acne Studios o Jil Sander para exponerla en nosotros mismos. Una silla de Mies y una mesa de N. Foster, cualquier mueble de The New Tendency o una lámpara de Flos, todo ello, lo estamos exponiendo en nuestra casa, en nuestro cuerpo y lo ‘posexponemos’ en nuestro Instagram. Si nos paramos a pensar, no es tan distinto a una obra de arte.
Consumimos diseño y arte para exponerlo, y con todo ello construimos nuestras vidas y nuestras personalidades a través de los objetos. El arte es interpretado por pocos e incomprendido por muchos. En el caso del diseño, es entendido por todos, funcional y estéticamente. En una silla te sientas y de un vaso bebes; luego es bonito o feo, se va a vender o no se va a vender. No habría mucho más que pensar. Lo interesante de todo esto es cuando se mezcla lo a veces incomprensible del arte con lo útil y estético del diseño. Dos procesos, uno aleatorio y de juego, y otro más rígido, de ‘funciona o no funciona, responde ante las necesidades o no…’
Lo que está claro es que el origen del diseño nació como una herramienta de mejora de nuestras vidas para pasar a ser algo puramente estético. La silla y su función ya estaba inventada, y no se puede interpretar más a través del diseño, está agotado, caduco y repetido; por eso se hace a través del arte. Esto tienen en común ambos mundos: la estética es el fin y exponerlo la función. Por todo ello, arte y diseño se mezclan en el siglo XXI, se van equilibrando y solapando, casi como una guerra entre amigos. Es lo más bello del trabajo, el proceso de creación.
En tu obra, lo conceptual está inherentemente unido a lo funcional. La crítica al objeto se materializa a través de la revisión y la deconstrucción del mismo, planteando distintas perspectivas. ¿Qué mensaje quieres lanzar al mundo a través de tus propuestas creativas?
La obra plantea un cuestionamiento, un cambio de paradigma desde un punto de vista colectivo. El valor sincero a través de la función del objeto, siendo la estética algo secundario porque se observa con ojos de diseñador y termina siendo estético. El mensaje habla de supervivencia creativa, de dignidad generacional, de ruptura de lo correcto, de lo válido de lo incorrecto y del cuestionamiento de todo lo vivido y visto, en pro de nuevas expresiones.
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“Ovidi Benet nace con el arranque de la década de los 90, en unos años marcados por una prosperidad artificiosa” leemos en tu manifiesto. Una estado de aparente bonanza económica que acabaría desembocando en problemas a escala global. ¿Cuándo y de qué forma se produjo tu primera aproximación al diseño? ¿Siempre supiste que acabarías dedicándote al mundo del arte?
Antes que diseñador fui artista. El diseño ha sido una manera de canalizar la creatividad, pero me di cuenta de que era demasiado rígido, lleno de normas. Algunas útiles, otras absurdas y otras demasiado funcionales, hasta el punto de ser abrumador y aburrido, poco arriesgado. El diseño fue una decisión que unía sobrevivir en el Madrid de 2012 y una manera de expresar creatividad. Siempre supe que haría algo relacionado con la creatividad, y tras varias ‘pesadillas’ en el diseño he unido los dos mundos. En el arte me he reconciliado con mi yo niño, es un juego constante.
Destacas la importancia e influencia del atentado de las Torres Gemelas de 2001 en la percepción de la hipermodernidad, movimiento definido por la deshumanización, el individualismo y la competencia. Háblanos de esta tendencia, ¿qué repercusión tuvo este trágico acontecimiento y cómo se tradujo al día a día?
Este fue el elemento discursivo clave del proyecto Under Destruction de 2019, en el que se relacionaban el comienzo y fin de un ciclo a través de la destrucción, al igual que el 11-S. El acontecimiento en sí supuso un cambio drástico y el declive de la sociedad occidental y su modelo. Para mí, está al nivel de una revolución francesa, Oriente contra Occidente, pobres contra ricos… Marcó el fin de una época ‘happy’ en la que Occidente daba la espalda al resto. A partir de ahí, se entendió la vulnerable vida del individuo occidental y la posterior deshumanización (más aún) de todo aquello que no forma parte de Occidente. Digamos que sería la primera ‘performance’ televisada a nivel global.
¿Debemos volver al origen y cuestionar los acontecimientos pasados, o avanzar decididamente hacia el futuro? ¿Por qué?
Sí a todo. El pasado me importa cero o nada, el origen me importa bastante porque volver a él es fundamental para avanzar, y el futuro no lo voy a ver, pero sí pienso en él. Para avanzar debemos cuestionarnos lo actual. ¿Por qué lo que se lleva haciendo durante años es lo correcto? ¿Lo es? Es importante hacerse preguntas tanto para ir al origen como para avanzar.
De todas formas, el contexto es drástico, no sé muy bien cómo vamos a vivir, en qué circunstancias, dudo que mejores. Digamos que avanzamos como sociedad, pero no decididamente porque no tenemos mucho poder de decisión. Pero sobre todo, debemos avanzar porque debemos sobrevivir, y no es muy distinto a lo que llevamos haciendo todo este tiempo. “Pero no pasa nada, es mejor eso que morirse” como dijo la niña convertida en meme de pandemia.
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¿Cómo explicarías la relación entre el desencanto generacional –consecuencia de varias crisis consecutivas– y la crítica al objeto?
Empecemos primero por la consecuencia, el objeto. Una de las partes importantes del objeto es el mensaje que esconde. A nivel formal, el objeto parte de la precariedad. Parte del yo en el garaje de un amigo en Valencia, ensamblando artilugios, elementos y piezas, jugando con ellos, investigando y observando. En definitiva, parte de toda esa precariedad. Está implícita en las piezas, esa manera y ese mensaje de incorrección forman parte del desencanto generacional, generar situaciones negativas en expresiones personales. En mi caso, el hartazgo se representa mediante una alternativa al propio objeto.
Ironía, rupturismo, sinceridad… No todos los creadores se comunican con su audiencia de la misma forma. ¿Qué valores caracterizan tu interacción con el público?
Sinceramente, no sé qué transmito a mi público. Tampoco pienso mucho en él. De hecho, por eso creo que mi interacción es honesta; no sé lo que hago, pero sí lo que no hago. No me gusta la frivolidad cool y pomposidad vacía de las escenas representadas por pseudoburgueses que piensan en la creación por y para Instagram, lo considero un error. El mundo está harto de ese fucking rol. Si tuviera que definir mi interacción, lo primero que me viene serían palabras como ambiguo, costumbrista, banal, bello, irónico, sencillo y pausado. Creo que esto me definiría bien.
A principios de 2020, desvelaste una instalación efímera bajo el título de Under Destruction, en la que invitabas a los asistentes a romper paredes con un martillo. Una muestra más de la importancia que concedes a la participación ciudadana. Háblanos de esta acción.
El proyecto estaba concebido de manera irónica, casi macabra. Para que la obra se pudiera llevar a cabo se necesitaban sencillamente personas, que el espacio fuera el catalizador, el público la performance y yo el observador. Una de mis primeras preguntas aquí fue, ¿Cómo podrían divertirse los adultos…? ¿Y los adultos ricos?
El día de la inauguración se les concedía un martillo joya a los invitados y estos se dejaban llevar por la atmósfera y la acción de romper. Cuando rompían las paredes de la habitación blanca impoluta se generaba una bellísima atmósfera onírica, ya que se instaló un espacio residual detrás de las paredes de la habitación repleto de focos que dejaban pasar la luz tintada. La intención fue poder ofrecer un espacio de expresión. De lo que no se dieron cuenta fue que la expresión, la obra, no eran los dibujos de caras, corazones o penes a martillazos, sino que la obra eran ellos. Sus caras, sus reacciones y su rabia contenida expresada en el pladur.
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En tu última exposición, Hipersuperficie, presentada en la galería The Blink Project dentro del circuito Abierto Valencia 2020 el pasado mes de septiembre, enfrentas el desencanto de toda una generación ante lo establecido. ¿Es esta propuesta un nuevo episodio de tu crítica hacia el mercado, o el inicio de una nueva trama aún por descubrir?
La propuesta es el final de una etapa que empezó en 2018 a través del cuestionamiento del mundo objetual, la forma, la función y el individuo, aunque no es un final definitivo. Se pretende cerrar esta etapa en Hipersuperficie para continuar evolucionando el discurso con los valores actuales que ya están implícitos en la obra, a través de nuevas expresiones.
Airbag Chair 2020, Construction 2020, Scrap Light 2020… Todas las obras incluidas en la obra se construyen a partir de vidrio, aluminio, acero y metales. ¿Qué importancia concedes a los materiales? ¿De qué forma los trabajas?
Los materiales son parte del discurso a la hora de generar situaciones que hablan de lo contemporáneo, lo tecnológico, del mundo estético de Nintendo o Apple, entre otras muchas marcas. Los materiales no dejan de ser parte de nuestra cultura visual, aquello que nos ha marcado y con lo que hemos crecido. Hasta ahora todos esos metales, aluminios, vidrios y plásticos son trabajados mediante el juego y el ensamblaje, es casi como un Lego. Visualmente se van buscando las piezas y van generando un juego estético y visual.
La luz constituye otro de los pilares en tu trabajo. ¿Qué simboliza y cómo la modulas?
La luz es parte de mi imaginario. Es un elemento más, trabajado del mismo modo que el resto de materiales de la obra. Aunque las piezas definitivas visualmente no tengan nada que ver con un entorno natural, existe mucha simbología hacia el mundo contemplativo de la naturaleza. Es decir, en muchos de los casos me inspiro en los distintos juegos de luces que se generan en el agua, en el mar, a través de los árboles, el sol y demás elementos que solo se entienden y se trasladan mediante la observación.
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Diseñadores como el japonés Shiro Kuramata, conocido por haber estudiado la incidencia la transparencia y la luz a través del arte, parecen inspirar tus propuestas. ¿Por qué creativos, disciplinas o momentos históricos te sientes atraído?
Hay mucha parte de arquitectura en la obra. Me inspiro bastante en la cultura japonesa, la manera tan contemplativa que tienen del entorno y cómo se interpreta en los objetos y espacios contemporáneos, siempre con simplicidad y honestidad. El minimalismo norteamericano de Dan Flavin y los espacios arquitectónicos y atmósferas de James Turrell tienen ese carácter contemplativo de inundación del espacio. Las invenciones del ingeniero vietnamita Quasar Khan, cuestionándose cualquier objeto, desde un coche hasta una silla.
En una lectura general, todos estos referentes son mezclados con un sello propio que parte de una cultura visual popular y generacional: lo trashy, la moda, Balenciaga, Heron Preston, Gentle Monster… Firmas que se han adueñado del arte y tendencia, pero que también son fuente de inspiración, además del cine, la escenografía y demás industrias que tratan el espacio y el objeto de una manera más teatral.
¿En qué estado se encuentra el mercado nacional del arte? ¿A qué retos se enfrenta?
Desde mi humilde opinión como artista, podría decir que el mercado del arte nacional está en la UCI, pero considero que esta cuestión os puede arrojar un poco de luz. María Tinoco, directora de The Blink Project y experta en mercado del arte, comentaba lo siguiente. “El mercado del arte español nunca ha gozado de muy buena salud. Cuando se habla de mercado del arte en España, casi podemos hablar del momento Arco en febrero. El resto del año, España no aparece en el mapa del mercado del arte internacional y la pandemia ha venido a agravar está situación. La prueba de ello es que las galerías que van a Arco este año están sufriendo las consecuencias del inicio de la pandemia, ya que muchos compradores internacionales no acudieron o los acuerdos de venta que se hicieron finalmente no cerraron. Según algunas publicaciones, se habla de un 80% de descenso en el negocio con respecto a otros años. En mi opinión, la pandemia ha puesto al descubierto la precariedad del mundo de arte. Hay un pequeño mercado que sí funciona, pero no hay pastel para tantos invitados. ¿A qué retos se enfrenta? Renovarse o morir…”.
¿Qué nos puedes adelantar acerca de tu próxima exposición? 
Mi próximo proyecto está pensado a gran escala. Los creadores siempre nos imaginamos todo a escala gigante. Luego, la realidad (dinero) es otra. Tengo una necesidad de que el público en general se haga preguntas. Yo solo pondré la semilla.
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