Su vida seguía un camino radicalmente opuesto cuando se dio cuenta de que la fotografía era su verdadera pasión. Ahora, Jon Cazenave dedica su vida a generar –o más bien, recoger– las preguntas que se hace a través de la fotografía. Imágenes abiertas y que pueden conducir al espectador a múltiples interpretaciones. Sus proyectos son lentos y su inmersión, profunda, como por ejemplo en Galerna, en el que estuvo involucrado durante más de diez años, y en el que pretende plasmar conceptos intangibles. De esto y de otras inquietudes artísticas hablamos hoy con él.
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Entiendo que tu mejor etiqueta es la de fotógrafo, pero en realidad combinas muchas cosas en un mismo trabajo. ¿Cómo te presentarías tú a la gente que no te conoce?
Soy una persona interesada en conocer el contexto que me rodea y el tiempo que me ha tocado vivir para así llegar a una mayor comprensión de mí mismo. Para ello utilizo la fotografía y también otras disciplinas vinculadas a lo visual, tratando de generar una imagen abierta que interrogue al espectador en vez de ofrecerle respuestas.
Eres economista, pero en 2006 decides dedicarte a la fotografía. ¿Cuál fue el impulso que te llevó a tomar un camino tan radicalmente opuesto?
Trabajé durante cinco años en el ámbito de las finanzas realizando tareas de auditoria y control presupuestario, y durante aquella etapa la fotografía se convirtió en una herramienta para construir un espacio propio en el que buscarme al margen de las obligaciones laborales. Fue a los veintisiete años –con un contrato laboral indefinido, trabajando en una oficina y residiendo en mi ciudad natal– cuando sentí la necesidad de cambiar de rumbo y apostar por la fotografía como forma de vida. Fue una decisión meditada que respondía de manera consciente y natural a una necesidad que cada vez se hacía más presente.
En varias ocasiones has vinculado tu trabajo a descubrir la identidad del País Vasco, a comprenderlo, sobre todo con Galerna, un proyecto en el que estuviste inmerso muchísimos años. Has dicho que en él exploras la magia y la mitología (entre otras cosas), que son conceptos intangibles. ¿Cómo has conseguido recrear todo eso?
Galerna es un trabajo sobre mis raíces que comencé en 2007 y terminé diez años después. El proyecto comienza con un análisis del conflicto vasco y transita hacia aspectos de carácter antropológico más universales para acabar en el análisis de la cueva en Cantabria. No me gusta hablar del País Vasco, ya que el objetivo de Galerna es trascender una realidad política y construir mi propia identidad de forma autónoma. Es ahí donde entran en juego conceptos intangibles como las creencias, los mitos, o el paisaje, que se plantean como sujetos fotográficos íntimamente ligados a mi biografía.
Este trabajo viene marcado por una fotografía en blanco y negro, con una estética oscura, imágenes poco nítidas y hasta algo borrosas. ¿Qué quieres reflejar con todo eso?
Muchas veces he pensado que Galerna es un estudio sobre las características de la luz en mi contexto geográfico. La búsqueda de esa luz uterina, densa e íntima se convirtió en una obsesión durante muchos años y generó un trabajo con unas características estéticas muy concretas. Considero que esta atmósfera oscura refleja adecuadamente la sensación de misterio que uno siente al adentrarse en uno mismo.
El choque entre opuestos tuvo una importancia capital en mi trabajo y la fotografía en blanco y negro, con su lucha entre la luz y la sombra, me ayudó a subrayar esta dualidad. Con el paso de los años, descubrí la manera de transformar lo que un día fue choque en un espacio para el encuentro y apareció el color.
Has dicho en alguna ocasión que tu trabajo se construye a través de todas las preguntas que te surgen y que no puedes responder con palabras. ¿Cuáles son esas preguntas? ¿Y cómo esperas responderlas a través del medio fotográfico?
Creo que esto sucede así en la mayoría de los trabajos donde hay autoría. No se trata de que el trabajo fotográfico responda a determinadas preguntas, eso sería pedirle demasiado a la fotografía. El objetivo pasa por generar imágenes que recojan esas preguntas y después ir construyendo un corpus de trabajo que interrogue al espectador y haga que reflexione. De todas formas, más que pedirle, creo que a la fotografía hay que alimentarla.
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En Herri Ixilean, dentro de Galerna, exploras el País Vasco francés cogiendo como punto de partida tu apellido. ¿Te involucraste más por tratarlo desde una perspectiva tan personal?
Herri Ixilean (‘En el país silencioso’, en Euskara) nació en 2010 a raíz un encargo realizado por Euskal Kultur Erakundea y Getxophoto para fotografiar en el País Vasco francés; mi apellido tan solo es un escenario de partida que se convierte en una excusa para la exploración de un territorio. Este encargo me dio la posibilidad de disponer de seis meses en los que mi proceso fotográfico cambió en dos aspectos clave: aprender a buscar la soledad y el silencio como herramientas creativas para llegar a lo profundo, y contemplar el paisaje con veneración e introducirme en su misterio para vivir una realidad oculta tras la forma exterior.
Estas dos características han sido fundamentales en trabajos posteriores, sobretodo en Ama Lur, donde mi aislamiento y las largas temporadas de invierno del pirineo hacen que desarrolle una actitud casi religiosa con el territorio y el paisaje. La involucración en todos mis proyectos es total porque todo el trabajo que realizo pivota sobre lo personal. Tengo una forma de trabajar lenta y necesito mucho tiempo para conseguir introducirme de lleno en ese escenario donde todo desaparece y solo quedo yo.
Uno de tus trabajos más conocidos es Omaji, que desarrollaste en Japón cuando te invitaron a European Eyes on Japan. Allí tuviste que desarrollar un trabajo sobre tu visión del país. ¿Cómo surgió todo y qué tal fue la experiencia?
En 2016, Mikiko Kikuta, comisaria japonesa, me invita a participar en la decimo octava edición de este proyecto, que consiste en documentar un prefectura japonesa previamente asignada. El momento no podía ser más interesante porque yo acababa de dar por cerrado Galerna y consideraba que estaba preparado para abrir una etapa nueva, trabajar de una forma nueva.
Nunca antes estuve en Asia y presté mucha importancia a la preparación emocional y mental a la hora de abordar este proyecto. Emprendí un proceso de ‘limpieza’ a conciencia y me preparé para llegar a Japón muy libre de cargas y en un estado de apertura total a nuevos estímulos. Pasé tres meses trabajando en el concepto de isla realizando una interpretación simbólica del círculo, el triángulo y el cuadrado. Estas tres formas básicas ya despertaron mi interés mientras trabajaba en las cuevas, ya que la presencia de estos signos es generalizada en multitud de paneles paleolíticos.
Según Carl Jung, se encuentran firmemente ancladas en el subconsciente colectivo, así que podríamos decir que, además de tener una relación con la filosofía zen, son estructuras básicas compartidas por el conjunto de la humanidad. El objetivo era hacer interactuar estas tres formas básicas de forma dinámica y que fueran percibidas como una unidad. Tuve la suerte de exponer este trabajo en un lugar tan especial como la Galería de Punta Begoña en Getxo, también en Polonia, y el año pasado volví a Japón para exponerlo allí. La experiencia no ha podido ser más interesante.
En Omaji apareció una técnica tradicional: el cianotipo. Por otro lado, en un encargo para la Comunidad de Madrid, concretamente para el Premio Talento Joven Madrid 2018, intervenías las imágenes con pigmento mineral. Por lo que veo, hay mucha investigación material, técnica y experimental en tu trabajo. Cuéntame un poco más sobre esto.
Todo proceso de investigación creativa debe dar como resultado una serie de conclusiones que generen un cambio personal y procesual, un cambio de tono. Esto es algo que aprendí de Jorge Oteiza y que traté de aplicar al terminar Galerna. Después de tantos años trabajando la fotografía en blanco y negro decidí replantear mi forma de crear imágenes y centrarme en el proceso; fue ahí donde aparecieron la cianotipia y el pigmento, en combinación con la fotografía.
El estudio de la cueva realizado para Ama Lur despertó en mí un interés por la materia y por el acto creativo entendido como una realidad representada pero también sentida. Es ahí donde percibo la necesidad de completar el acto fotográfico con un gesto posterior que incorpore una experiencia corporal y también estética. Por primera vez en diez años aparece el color, y lo hace con una materialidad muy concreta que viene determinada por el proceso: el azul de la cianotipia (sal férrica) y el ocre del pigmento (óxido férrico).
Dicho así puede resultar complejo, pero en realidad todo comienza como un juego. Después de llegar a un punto de cierta saturación con la fotografía, decido pasear por la montaña en busca de ocres y me siento atraído por unos cantos rodados. Meses después sentí la necesidad de intervenir aquellas piedras con pigmento y, posteriormente, las fotografié sobre un fondo negro. Por primera vez, el acto fotográfico no se generaba durante el trabajo de campo sino que llegaba después, y esto supuso un cambio en la forma de generar las imágenes que hizo que fuera consciente de que estaba ante algo nuevo.
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Aunque haces fotografía, al visualizar tu obra se observa un fuerte componente pictórico. Por ejemplo, en Ur Aitz yuxtapones materia sobre el registro (signos, huellas, etc.) para completar el significado.
Ur Aitz significa ‘agua piedra’ en Euskara. Este título incluye los dos elementos característicos en el trabajo: Ur (agua utilizada para diluir la materia) y Aitz (piedra mineral de la que obtengo el color). En 2015 fui consciente de que estaba tratando el paisaje como una realidad simbólica íntimamente ligada a su forma y comencé a identificar en mis imágenes líneas verticales, horizontales, triángulos o círculos que introducían aspectos geométricos en mi trabajo.
Un texto de Raimon Panikkar titulado Religión y cuerpo me hizo ver que aquellas formas del paisaje en blanco y negro se presentaban estáticas y decidí ponerlas a bailar. Mediante el uso del color en forma de pigmento mineral comencé a aplicar formas geométricas que trataban de aportar equilibrio y, a su vez, generar un encuentro entre fotografía y pintura de carácter dinámico. Este procedimiento me permite salir del blanco y negro incorporando un gesto de poderosa carga cromática que hace que la fotografía se convierta en la pared de una cueva: identifico ciertas formas y el pigmento las desvela activando una energía oculta. Existe también una revisión de la propia obra, operando en ella para abrirla a nuevas lecturas.
¿En qué proyectos andas inmerso ahora? ¿Nos puedes adelantar algo?
Estoy preparando una exposición de Ur Aitz para la Sala Amárica de Vitoria-Gasteiz. Este trabajo se ha expuesto en la Trienal de la Imagen de Guangzhou en China y también en Holanda, así que me hace mucha ilusión poder traerlo a casa. Me siento un privilegiado por exponer en una sala con tanta historia y llevo preparando esta exposición con mimo varios meses.
Adicionalmente, parece que Galerna se publicará en forma de fotolibro en 2019 y, actualmente estoy finalizando la secuencia definitiva trabajando en su formato. Conceptualizar y ordenar un trabajo de diez años y tres mil quinientas fotografías ha llevado tiempo; era necesario acometer este proceso en soledad para terminar de gobernar por mí mismo un proyecto tan importante.
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