Desde que Blanca Bercial se mudara a San Francisco en 2018, toda su obra ha girado en torno al ritmo, tanto sonoro como textual, abriendo desde entonces un línea de investigación que trata de conectar cualquier tipo de contenido artístico al sonido. Esta inquietud aplicada a una de sus principales vías de exploración artística, la poesía, se resuelve en unos textos que se formulan a nivel compositivo en formas físicas –por tamaños y maquetación de las letras– y auditivas, marcando una especial cadencia que surge a raíz de lo que el propio poema le va indicando.
Blanca Bercial nos cuenta que ya de pequeña escribía su diario con un lenguaje inventado y aunque ahora lee la antología de Ernst Jandl o se obsesiona con Pauline Oliveros, se adentró en la poesía con el Romance de Abenamar. La artista y poeta madrileña ha creado su propia metodología de trabajo que resulta un tanto atípica porque es su propia voz la que inspira el texto y la que otorga el mayor peso de su escritura, a veces ligera, otras profunda, pero siempre llena de significado, como hemos visto en su último trabajo Trash Poems.

Editado y publicado por La Granja Editorial, Trash Poems es un poemario que, más allá de hablar de la basura y de la naturaleza de los objetos, habla desde la poesía de todas esas personas que del mismo modo son abandonadas en las calles, esperando que alguien repare en su existencia. Objetos tan dispares como restos de un plato de pasta con tomate, unas cerillas, unas sucias zapatillas o unas muñecas de trapo rotas, que son rescatados fotográficamente como testimonios del abandono, de la decadencia y consumismo extremo que nos rodea.

Detrás de este proyecto se encuentra Álvaro Hernández, fundador de la Granja Editorial, un ilustrador y diseñador gráfico que empezó su carrera realizando autoediciones en su época de estudiante de Bellas Artes, ante la dificultad de publicar sus propios trabajos con diversas grandes y medianas editoriales. Fue entonces cuando junto con Ana, su compañera de facultad, decidieron emprender ellos mismos ese proceso para poder publicar sus propios trabajos y a su vez publicar a esos artistas a los que tampoco les estaban publicando. “Si no eres alguien reconocido, o no tienes un contacto no te llegan a publicar”, nos cuenta Álvaro. “Tienes que trabajar mucho más duro para llegar ahí y nos parecía un proyecto interesante”.
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En base a esta experiencia, La Granja Editorial apoya a artistas noveles fuera de los márgenes comerciales, ocupándose de su distribución y venta para, con lo obtenido, financiar y desarrollar a otro artista novel realizando el mismo proceso, creando así una cadena de cultura gráfica contemporánea.

Trash Poems es un proyecto colaborativo que plasma esa concepción dinámica de la poesía, una especie de objet trouvé a través de un libro que en sí mismo traslada el diálogo de abandono que propone Blanca Bercial hacia nuestra relación con el propio libro como objeto físico que sugiere Álvaro Hernández.

Ya su envoltura anticipa su originalidad, presentándose en una bolsa de basura gris, en contraste con unas páginas llenas de transparencia y belleza. Nunca un contenedor semejante envolvió tanta lírica: todo un elogio a esos objetos abandonados en las calles de San Francisco que ahí permanecen invisibles para el resto del mundo.
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Blanca, tu obra además de poesía comprende vídeos, instalaciones, textos…
Empezar a hacer obra fuera de la poesía fue algo que comenzó desde que me mudé a San Francisco en 2018 y lo veo como una manera de extrapolar la poesía a otros ámbitos. Casi toda la obra que hago al fin y al cabo está basada en el ritmo, tanto sonoro como textual. Tengo mucha obra que funciona con texto y toda mi investigación académica también gira entorno al sonido.
Intentando pensar qué es lo que conecta la poesía –al fin y al cabo llevo haciendo desde que tengo memoria– a este nuevo ámbito del arte y la investigación, es el ritmo, por así decirlo. Empecé un máster aquí en San Francisco y, aunque yo ya era escritora, al estar envuelta en un ambiente en el que son todos artistas, en el que bebemos unos de otros, me lancé a la piscina y la verdad es que me gusta mucho. Hacer poesía más allá de las letras, con otros medios.
Trash Poems marca ese ritmo no solo en el contenido sino incluso la propia letra, que tiene su propio grafismo. Para trasladar esa imagen poética a la escritura. ¿Cómo es el proceso creativo? Ya que estos poemas nacen de objetos muy dispares. ¿Cómo llegas ahí?
Hay dos procesos. Por un lado cómo me inspira la poesía el objeto abandonado. Es un proceso que empecé antes de mudarme aquí, porque cuando visité San Francisco por primera vez, lo que más me llamó la atención fue la cantidad de cosas que hay abandonadas en las calles.
Yo venía de vivir en Pekín, donde la basura en la calle duraba cinco segundos. Prácticamente todo se reutiliza, incluso en Madrid, aunque sigas viendo cosas, no es tan bestia como aquí, en el sentido de que ves una tele abandonada y pasa una semana y ahí sigue la tele. A nadie le importa. Ese consumismo extremo, que la gente tenga tantísimas cosas y lo único que necesita es deshacerse de ellas. Y todo eso acompañado por la cantidad de gente que vive en las calles en San Francisco, gente sin techo y gente enganchada a las drogas, que no tiene una casa. Me dio la sensación de que la gente ignora esto. Que al final se acostumbra a vivir aquí y pasas por la calle sin casi preguntarte la existencia de todo eso. La manera de escribir un poema a los objetos quizás fue el darnos cuenta de las cosas que hay en las calles. Conectar estas dos ideas de alguna manera y resaltar la una con la otra.
El proceso creativo por otro lado, está muy basado en el ritmo, porque mi manera de escribir es la siguiente: yo escribo algo dedicado a ese objeto, sobre lo que me inspira y luego me grabo con una grabadora, me escucho y mi dicción, ese ritmo es lo que hace que yo componga el poema en base a unas pausas determinadas. Según mi tono y mi voz modifico ese ritmo del poema, así que la tonalidad tiene mucho peso en la manera en la que escribo.
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¿Por qué empezaste a escribir estos poemas a los objetos?
Fue por el choque cultural de ver ese consumismo extremo, esa idea de en vez de arreglar las cosas, me compro otra cosa nueva. Y por otro lado, de la cantidad de gente que vive en la calle de esta ciudad.
¿Las fotografías están preparadas? Es decir, ¿te encuentras esos objetos de manera espontánea o hay una escenografía detrás? Como la de pasta con tomate, que parece un bodegón.
Es algo totalmente espontáneo. La que dices de pasta con tomate fue un día que fui a hacer la compra y justo me encontré un tupper para llevar en el suelo, una caja en la que se había salido toda la comida, como que se lo había comido ahí dejando los restos. Cuando lo vi efectivamente me llamó la atención porque la composición era bonita. Era casi como elogiar a la basura. En ese caso pues no lo vas a reutilizar, como tampoco una televisión. Pero quería darle un peso a eso, a fijarnos más en lo que hay en la calle. Porque a veces vamos a nuestra bola y no te estás fijando en lo que te rodea que dice tanto de donde vives y de ti mismo.
Hemos hablado con Álvaro Hernández de la Granja Editorial sobre cómo abordar este libro. ¿Cómo fue trabajar juntos?
Sí. Lo que más me ha gustado de trabajar con Álvaro de La Granja es que fue una conversación totalmente horizontal en la que proponíamos una idea que se iba retroalimentando y expandiendo como una espiral. Salió una idea sobre la que íbamos aportando y el resultado final es una obra en la que hay una conversación constante. Y eso sí que me ha gustado porque es como un proyecto que hemos hecho juntos y en la que creo que nos identificamos ambos.
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En tu manifiesto de artista dices que tu trabajo “persigue la forma en que ignoramos o miramos por encima lugares inexplorados en el tiempo y el sonido. A través del arte buscas escuchar lo que no se quiere y dar voz a lo que no se escucha”. ¿En qué consiste esa metodología de escucha?
En eso llevo trabajando dos años. Siguiendo esta línea de investigación, me ha influenciado mucho una artista y compositora estadounidense que se llama Pauline Oliveros y su metodología Deep Listening que consiste en una escucha sonora profunda en la cual se busca establecer ese sonido que nos conecta a todos por así decirlo.
El espacio urbano es como una red en la que todos estamos conectados por ese sonido y todos vibramos con él. De lo que trata esta teoría es de buscar puntos de conexión con los sonidos que escuchamos a la vez y lo que yo intento hacer con la obra es buscar esos intersticios o esos recovecos tanto visuales como sonoros en las que nos podamos identificar. Por ejemplo, salir a la calle. Una práctica que hice para la tesis fue salir a la calle y sentarme a escuchar los sonidos que creía no haber escuchado en determinado lugar.
Intentar conectar con el espacio y en el libro eso creo que se lleva más de manera visual, porque efectivamente son fotografías pero supongo que es una llamada de atención o intentar ser más conscientes de que el espacio que producimos y cómo ese espacio nos afecta sonoramente.
¿Como una sinergia de lo visual y lo sonoro?
Si todos tus sentidos funcionan y tienes la suerte de poder usarlos, al final todos están en funcionamiento y quizás me intento basar en lo sonoro porque el sentido visual está más presente en el campo artístico y parece que todos los demás se relegan a él. Intento explorar no solamente aquello que ignoramos en lo visual sino el resto de sentidos colaborando al mismo tiempo que muchas veces parece que pasan desapercibidos.
Dentro de tu campo de investigación ¿cómo vas complementando y desarrollando esas líneas de estudio?
Empecé con la investigación hace dos años y justo el pasado mayo escribí una tesis sobre toda esta teoría del sonido y de la escucha sonora y actualmente me encuentro intentando seguir esa investigación con un doctorado. Es un trabajo que sigue su curso, que no se ha parado en ningún momento. En cuanto a mi formación, me he graduado en una maestría en Teoría e Historia del Arte Contemporáneo por el San Francisco Art Institute y trabajo en un museo como investigadora. Ahora tengo un año de prácticas y no sabemos lo que puede pasar.
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Nos ha llamado la atención de tu biografía académica que sabes chino mandarín.
Sí. Esto también me ha influenciado mucho en el sonido porque cuando empecé a estudiar mandarín estaba en Madrid, cursé un año en la Complutense y me di cuenta efectivamente de que no iba a aprender chino, era muy difícil, así que me matriculé en la escuela de idiomas en Pekín. Y es verdad que al aprender el idioma por las tonalidades, me hizo fijarme más en cómo sueno o cómo suena la dicción en mi propio idioma y es algo que creo que me ha influenciado muchísimo en el texto.
¿Algo así como en Bestiario? Que hablas de cómo se pierden algunos sentidos en las traducciones literarias.
Totalmente. Ese fue un proyecto con el que estuve muchísimo tiempo. Yo creo que estuve más de un año haciéndolo. Cortázar cuando escribe tiene como dos narrativas. Por un lado te está contando la historia verdadera que no aparece hasta el final y por otro lado te está contando cosas que van alrededor de esa historia y yo me imaginaba cómo traducir esa esencia.
Cuando traduces a Cortázar de un idioma a otro, y creo que también eso me ha pasado al vivir aquí y leer muchos libros en su idioma original, ¿cómo palpas esa esencia? Me inventé un lenguaje de símbolos para intentar plasmarla, pero evidentemente no lo haces, es un intento absurdo pero al mismo tiempo es una pregunta también: ¿dónde queda eso cuando traduces?
El lenguaje tiene muchos matices e incluso propósitos…
Sí, y además entender que la traducción es súper importante, obviamente. Pero es verdad que cuando lees algo en tu propio idioma, y ves ese bagaje cultural que quizás en otro idioma no puedes apreciar, es bonito pensar en ello al mismo tiempo. Obviamente hay que traducirlo, pero si no hablas el idioma, ¿cómo vas a acceder a ello? Es una pregunta que siempre me hago.
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