Estudiaron arquitectura y se decidieron por la zapatería. Ignacio y Catuxa intercambiaron planos y edificios por patrones y talleres, pero siempre tras la misma finalidad: la funcionalidad. Ilusionados y emprendedores crean su firma de calzado, Aldanondoyfdez, mientras defienden que artesanía e innovación no tienen porqué ser conceptos antagónicos, sino que pueden ir de la mano. 
Ellos se encargan de todo. Desde el primer boceto al último retoque. Ignacio y Catuxa diseñan y confeccionan las piezas artesanalmente adaptando cada forma a la medida del cliente, desde la toma de medidas y primeros esbozos hasta los arreglos finales y su posterior venta. Sus zapatos son personalizados y están realizados uno a uno bajo encargo. Con sus piezas nos advierten que el verdadero lujo permanece en lo simple y genuino, en el trato próximo e individualizado, en la calidad de los materiales buenos y tras un proceso de elaboración cuidadoso y de cocción lenta, donde paso por paso se realiza cada tarea desde la más absoluta admiración y cariño por la artesanía.
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Arquitectos de formación, zapateros artesanos por devoción y ahora también de profesión. ¿Qué ha sido lo mejor de cambiar planos y despachos por patrones y talleres?
Quizás la ventaja más importante radica en el mayor control sobre el producto. El diseñar y ejecutar nuestros propios proyectos no solo enriquece el proceso sino que además nos permite aprender a través del propio trabajo manual. Lo mejor de todo es que creemos que no ha existido ninguna renuncia en el cambio: hemos prescindido tan solo de las partes menos gratificantes de la arquitectura que, para qué engañarnos, las hay. Pero la esencia de nuestro trabajo sigue siendo el dibujo, la estructura, la construcción, la funcionalidad… pero a una escala menor.
Los dos os encargáis mano a mano de todo el proceso, desde el diseño a la confección. ¿Qué aprendéis el uno del otro?
Nos conocemos desde el primer año de carrera y estamos acostumbrados ya desde entonces al trabajo en equipo. En nuestro caso, además, tenemos la suerte de ser muy complementarios tanto en gustos como en capacidades. Ignacio es la parte más creativa y perfeccionista del equipo. Yo, Catuxa, soy bastante más pragmática y entusiasta. Creo que el uno del otro aprendemos a sacar ventaja de estas diferencias y a equilibrar nuestros egos. Son tantos años ya –más de veinte– compartiendo risas y llantos, trabajo e inspiraciones, que con el mínimo gesto nos entendemos.
Enfatizáis la importancia e incidencia de Josep “Pitu” Cunillera y Carlos Piñol en vuestro trabajo. ¿Qué habéis aprendido de ellos y qué admiráis de cada uno?
De Pitu aprendimos que la artesanía no es un hobby, que requiere de constancia y mucha paciencia, que nuestras manos son una herramienta importantísima que hay que cuidar, y que la edad no es un impedimento para nada. Admiramos su energía vital y el trasfondo social que ha acompañado toda su vida en el Raval de Barcelona, donde es una verdadera institución.
Con Carlos descubrimos a un verdadero genio. Minucioso y riguroso en sus enseñanzas (que continúan hoy en día). Es el adalid de la honestidad y de la resiliencia. Y encima nos partimos de la risa con él. Ambos nos han hecho pasar ratos inolvidables a su lado y nos han transmitido su amor incondicional por esta profesión, tanto como para agradecerles estar hoy escribiendo estas líneas como zapateros.
En plena era de la globalización y en un escenario donde reina el usar y tirar, la producción en masa y el low cost, tomáis una ruta alternativa y apostáis por lo artesanal, la calidad de los materiales y la personalización a medida de las piezas. ¿Qué retos supone? ¿En qué momentos se hace más notable esta realidad?
El mayor reto para nosotros es reivindicar la verdadera acepción de artesanía y explicar las ventajas que representa un producto hecho para durar, no solo físicamente. No se trata de un concepto romántico del trabajo a mano sino que cada vez somos más conscientes de que trabajamos en un producto totalmente diferente a su versión fabril. Frente a un tipo de consumo de tendencia y poco sostenible en todos los aspectos, intentamos volver a dar al calzado, un elemento tan complejo y funcional, el valor que ha perdido durante todos estos años.
Para esto no solamente el diseño tiene que estar concebido para durar: cada material implicado y cada técnica deben reforzar esa permanencia. El resultado de tantas horas de trabajo es un producto costoso, que no caro, y también resulta un reto explicar a nuestro público que cada euro invertido en nuestros zapatos está justificado.
Lejos de la idea preconcebida y típica de lujo –exuberante, pomposa y que evoca excesos–, vosotros le dais un significado distinto, pues se convierte en privilegio por el trato próximo e individualizado. ¿Cómo entendéis vosotros el concepto de lujo?
Para nosotros el lujo tiene poco que ver con materiales ‘preciosos’ ni logos. A pesar de tener una colección de modelos prêt-à-porter (que surgió para poder satisfacer la demanda del extranjero), jamás hemos repetido de manera idéntica un modelo. Estos se ajustan al gusto y peculiaridades del cliente, que además es partícipe de todo el proceso de producción a través de fotos y vídeos que les enviamos. Nos parece una idea muy bonita el hecho de entender cómo se construye el zapato que te va a acompañar durante mucho tiempo y refuerza la idea de compra slow. También es un lujo que una compra que has hecho con ilusión y esfuerzo sea única y te acompañe durante muchos años.
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¿Qué perfil cumple el comprador más habitual?
En general, y aunque no llevamos tanto recorrido para ser muy certeros con nuestras impresiones, tenemos un público más joven del que nos esperábamos, de unos treinta a cuarenta años, con profesiones creativas – y ligeramente superior el número de hombres que de mujeres. Clientes que generalmente nos aportan con sus peticiones y que se implican y valoran nuestro trabajo.
¿Predomina el comprador nacional o el extranjero? Decís que generáis interés en compradores de Estados Unidos, Rusia o Japón.
El perfil de cliente es similar aquí que fuera. La diferencia quizás está en que fuera de nuestras fronteras, el calzado y el trabajo artesanal se han devaluado menos. España tiene una vasta tradición en la producción de calzado de calidad, y a pesar de que hayamos permitido contaminar esta industria con los productos low cost, seguimos teniendo una buena imagen en el extranjero como zapateros.
Encontramos pocos emprendedores en gremios artesanales. Quizás porque se conciba, de manera errónea, como algo arcaico y obsoleto. ¿Qué consejo le darías a quienes sienten devoción por tareas artesanales pero se muestran reticentes a intentarlo?
Solo quien se adentra un poco en el trabajo manual entiende lo increíblemente gratificante que resulta y las ventajas que aporta apoyarse en la artesanía para llenar de valor el trabajo. El poder ser flexible, tomar determinaciones sobre la marcha –ya que no hay elementos prefabricados en el proceso–, y el hecho de aprender desde la propia ejecución son ventajas de realizar nuestros propios diseños. Sabemos que no es un camino fácil ni rápido, pero animamos a lanzarse a todo el que intuya que aquí está su lugar, ya que entre todos podremos resituar la artesanía en el lugar que se merece. Se trata de encontrar el guía adecuado y ser paciente para esperar una gratificación en diferido.
Le aconsejaría paciencia porque no se aprende en dos días. Son técnicas que han perdurado cientos de años y que, en su mayoría, no pueden ser reproducidas por una máquina. Estamos muy a favor de incorporar todos los avances que nos permitan un ahorro de tiempo (para nada estamos en contra de la innovación y de la tecnificación) pero siempre que estos sean compatibles con el tipo de producto que queremos ofrecer. Artesanía e innovación no son términos antagónicos.
¿Habéis valorando alguna vez la posibilidad de ampliar la marca y crear más allá de zapatos? ¿Quizás bolsos, u otros complementos? ¿Qué planes tiene Aldanondoyfdez para el futuro?
Aldanondoyfdez nació como una empresa de zapatería artesana, ya que es este el oficio específico que hemos aprendido en todos estos años. Pero volviendo un poco a cómo somos personalmente Ignacio y yo, también aquí complementamos caracteres: mientras yo soy más de profundizar en las cosas, Ignacio ‘necesita’ dispersarse más y tocar más palos. Necesitaríamos varias vidas para realizar la cantidad de sillas, lámparas y complementos que dibuja cada noche cuando llega a su casa. Ahí estoy yo para poner algo de límites y centrarnos (en la medida de lo posible).
Aunque, para qué engañarnos, ambos disfrutamos con el desarrollo de nuevos proyectos, sobre todo cuando implican trabajar con otras personas que nos aportan. Es curioso el proceso de adaptación a la escala que hemos sufrido. Cuando realizábamos edificios disfrutábamos en el diseño de pequeña escala, en el detalle de la barandilla o en el diseño de una estantería. Ahora, que trabajamos con un producto mucho menor, nos ha pasado el efecto contrario: desde lo pequeño queremos extender las técnicas de la zapatería a productos mayores de mobiliario u otros complementos. Todo enriquece y esperamos realizar muy pronto los primeros prototipos de los proyectos que tenemos en mente y papel.
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