“El cine es y debe ser útil, por lo tanto, tratado con respeto”, dice Abel Azcona. Contestatario, rebelde y activista, el artista levanta ampollas con su trabajo en un afán por sanar heridas del pasado a la vez que denunciar lacras que pudren la sociedad. Tras hablar largo y tendido con él en METAL 42 sobre su vida y obra, ahora volvemos a él para centrarnos en el cine y que nos recomiende películas en Filmin que le hayan marcado personal y artísticamente.
Como artista performer, ¿hasta qué punto te inspiran el cine y el mundo de la interpretación en tu propio trabajo?
Siempre ha habido una fina línea diferencial entre la performance y el mundo escénico, por lo que resulta imposible mantenerse ajeno a él. Cada una de mis obras tiene representación en disciplinas como el videoarte, por lo que, al tratarse de videocreaciones, trazamos caminos comunes. Desde que tengo uso de razón el cine ha estado en mi vida y, al igual que la lectura, el séptimo arte me acompaña a diario.
La disidencia y la rebelión están en casi todas las películas que nos propones: desde su acercamiento hasta la temática, pasando por los propios directores que las han realizado. ¿Fueron algunas de estas películas una manera de ver que el mundo podía ser diferente y que podías construir tu propia realidad hasta cierto punto?
Desde los primeros años de edad, mi interés por experiencias e historias en cine y literatura en torno a la resiliencia, el empoderamiento o procesos disidentes ha sido clara. Mi vida ha sido una continua lucha para dejar atrás heridas marcadas por el maltrato o la hostilidad, por lo que siempre me han acompañado experiencias que representan esta caída y recuperación. 
Me gusta que hayas seleccionado films con humor, como Pride, u otras con algún final algo más “sensiblón”, como dices, como 120 pulsaciones por minuto. ¿Crees que es importante que la lucha por los derechos se enfoque desde otros puntos de vista más allá del enfado? ¿Es más efectivo así, aunque más difícil de conseguir cuando eres tú el afectado?
Las piezas cinematográficas creadas en torno a la diversidad siempre han pecado de cierto cliché, por lo que cualquier enfoque diferente es de agradecer. Siempre me he sentido afín al humor inglés, Pride consigue darle la vuelta a una situación histórica pero con toques de humor clásico.
Cuando hablo de sensiblería me refiero a pecar de exceso de minutos de metraje dirigidos a la lágrima fácil, nada más que eso. El mundo del arte y la literatura han evolucionado a lo real, de ahí el auge de la performance. Creo que el cine ha llegado algo más tarde a las historias veraces, protegiendo tenazmente la ficción. Aquí podría abrir un debate sobre el momento político actual, en el que el exceso de ficción aplatana o ayuda a agrandar la asepsia mental generalizada. No obstante, no voy a entrar en él. 120 pulsaciones es política, y visionar piezas tan claramente construidas y dirigidas son de agradecer.
Una de las más provocadoras es Tomate verdes fritos de Jon Avnet. Con el momento tan revolucionario que estamos viviendo, diría que es más importante que nunca verla. 
Tomates verdes fritos es una de esas películas que siempre estará enmarcada en mi infancia, por haberla visto en repetidas ocasiones. Considero que además presenta un posicionamiento mucho más radical que títulos creados a día de hoy.
La gran belleza me fascina. Como afirmas, “todo es un show construido y por deconstuir”. ¿Dónde crees que Sorrentino está más acertado en esta crítica a la industria del arte?
Sorrentino es otro mundo. Tiene el poder de potenciar la belleza de lo sórdido. Es evidente que en lacras como la tauromaquia, el catolicismo extremo y el mundo bélico hay una potencia visual en cada uno de sus códigos, bella, erótica y prohibida. Sorrentino exprime esta estética, la reactualiza y la raciona en platos de dorada porcelana. La gran belleza es un discurso de una época donde nos muestra el distante mundo de lo artístico-espiritual del resto de la humanidad para finalmente arrojarlo al fango de la crudeza más real. Así, vislumbramos que el arte y el artista que se cree ajeno no lo es en absoluto. Me siento un hipócrita al visionarla, por lo que el disfrute está garantizado.
Como buen artista, acostumbrado a pensar en la imagen/estética además de en el concepto, incluyes obras muy plásticas gráficamente. ¿Cómo ponderas el equilibrio entre contenedor y contenido?
He aquí el quid de la cuestión, si alguien sabe la respuesta espero su llamada. Bromas aparte, es harto complicado conseguir el equilibrio entre lo discursivo y lo estético, por lo que en la época contemporánea que habitamos es más importante que prevalezca el discurso sobre lo estético. No obstante, si el creador consigue ambas, mejor que mejor. Entre las piezas elegidas, en algunas como Camino, el discurso vence plenamente a la parte estética; en cambio, en Polytechnique, Ida o A Single Man, la estética es tan sublime que el discurso acompaña a la estética magistralmente.
Entre tu selección, me llama la atención que hayas visto pelis de Pasolini o de Ingmar Bergman con tan solo 12 y 13 años. ¿Cómo descubrías obras así tan joven?
En un ácido contraste, en mi familia adoptiva, mi abuelo consumía compulsivamente tauromaquia y una colección de cintas con los títulos más conocidos de Bergman, por lo que pude ver todas ellas en diversas ocasiones. La cinta de Pasolini tiene una historia diferente, algo extensa para ser relatada aquí, pero tiene más que ver con un interés cuasi pornográfico, por lo que mi primer visionado tenía más que ver con el interés en cuerpos desnudos y representaciones eróticas que con un fin cultural.
Imagino que las has vuelto a ver varias veces a lo largo de tu vida. ¿Sabrías describirme cómo ha evolucionado tu percepción al respecto? Quiero decir, ni Pasolini ni Bergman son directores fáciles de digerir a una edad tan temprana…
He visionado ambas en decenas de ocasiones y considero que cada lectura es un aprendizaje. Son piezas cinematográficas que se deben ver en diferentes etapas del proceso vital. La carga filosófica y existencial de las mismas difiere del interés primario de los primeros visionados, para evolucionar de la atracción a Pasolini por el escándalo al interés por sus teorías, su visión de la sexualidad o incluso del género. Soy bastante contrario a la división de material cultural por edades, por lo que creo que con veracidad o claridad a cualquier edad cualquier temática es comprensible.
Obviamente, tras vivir una experiencia tan traumática como el abuso y la pederastia, hay algunas pelis al respecto como El club o La caza. Tocándote tan personalmente, ¿son de alguna manera catárticas de ver? ¿Ayudan a sanar, en cierta medida, las heridas?
El club de Larraín es majestuosamente cruda, siento que mi herida cura un poco con cada visionado. La caza nos muestra otro punto de vista que, de alguna manera, también cura. Spotlight es otra película que trata el tema de manera sublime. Creo que visualizar cinematografía tan cruda con una temática cercana en este caso a mi propia experiencia personal te facilita y posibilita profundizar en ellas más allá del puro entretenimiento. En ocasiones he sentido la necesidad de interrumpir el visionado de películas como estas por una mezcla entre dolor y regresión a la infancia. El arte abre heridas.
Si mucha gente ve el cine como una distracción, un pasatiempo, algo para pasar el rato, tu lista muestra todo lo contrario. ¿Cuáles dirías que son algunas de las cosas más importantes que has aprendido gracias al séptimo arte?
La imbecilidad colectiva nos lleva a reducir el arte contemporáneo, el cine o algunas piezas musicales a mero entretenimiento, cuando son creadas por su potencial discursivo. No entender y empatizar con la radicalidad de muchas creaciones surge desde la no necesidad de vivir una vida política plena e inteligente. Por lo que yo aprendo al intentar poseer cada una de las obras cinematográficas y exprimir sus saberes. El cine es y debe ser útil, por lo tanto, tratado con respeto. Contenidos superfluos ya florecen en abundancia.
  
Tomates verdes fritos – Jon Avnet, 1991
Recuerdo una cinta VHS que ponía una y otra vez. En esta pieza encontramos cuatro revoluciones: feminista, lésbica, racial y anticlasista, en una sola palabra: ¡Towanda!
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Fresas salvajes – Ingmar Bergman, 1957

Road movie nórdica, una mezcla de sensaciones, un impresicindible. La ví por primera vez con trece años y a partir de entonces, ha sido protagonista de decenas de días tristes.
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Camino
– Javier Fesser, 2008

Con carencias, tiene virtudes, como una de las representaciones más cercanas al Opus Dei más cruel que he padecido.
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Ida
– Pawel Pawlikowski, 2014

Es penumbra, es memoria. Y sobre todo es estética. Cuidada, dudo si tan sincera, pero esas piezas que te hacen olvidar lo ajeno.
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El club
– Pablo Larrain, 2015

Tan cruda como real. Uno de los mejores acercamientos a la lacra de la pederastia que tantos hemos vivido. Diálogos empática e imaginables. Terriblemente sincera.
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El hijo de Saúl
– László Nemes, 2015

De todas aquellas películas históricas, la que más me hace sentir. El horror del holocausto ha sido narrado un sin fin de ocasiones de ocasiones, una más. Más terrible y más bella que nunca.
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La caza
– Thomas Vinterberg, 2012

La pederastia desde otro lado. Ansiedad de pieza cinematográfica. Interpretaciones de escándalo. Para ver una y otra vez.
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120 pulsaciones por minuto
– Robin Campillo, 2017

Política y real. Especie de falso de documental, crudo y sincero. Peca de algo sensiblón en sus finales, no obstante una gran declaración política y muy performativa.
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Tierra de Dios
– Francis Lee, 2017

Sexo rural. Sin demasiados aderezos, lo cual agradezco. Follar y ovejas. Entre hombres.
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Pride
– Matthew Warchus, 2014

Aquel momento histórico en que Thatcher oprimió al trabajador, como cual derecha actual. Si además se incluyé una visión divertida de la unión con activistas homosexuales, tenemos entre manos una comedia inglesa deliciosa de ver.
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A single man
– Tom Ford, 2009

La estética de Ford siempre merece unas horas de nuestro tiempo. Colin está contenido pero hay belleza en el equilibrio que se crea. Sobria, beige y magnética.
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Paraíso: Amor
– Ulrich Seidl, 2012

Toda la trilogía Paraíso y En el sótano de Seidl merecen decenas de visionados. Piezas irreverentes con encuadres contemporáneos magníficos. Política, sordidez y belleza.
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Rocks in my pockets
– Signe Baumane, 2014

Animación compleja. Rebuscada, herida y resiliente. Debe visionarse varias veces. Pero cuenta, canta y dice mucho, tranforma.
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La gran belleza
– Paolo Sorrentino, 2013

Una revisión de la sordidez del mundo que habitamos, que habito como artista. Todo es un show construido y por deconstuir. Sorrentino en estado puro.
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Las mil y una noches
– Pier Paolo Pasolini, 1974

La primera película que me marcó, a los doce años.
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Polytechnique
– Denis Villeneuve, 2009

Una suerte de terrorismo, balas, muerte, estética y recreación. Blade Runner me resulta tanto menos interesante que esta primera película de su director. Estéticamente impecable.
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