BOOMER. La RAE no recoge qué significa este término, pero todos lo conocemos. Ayer por la noche, un lunes cualquiera en Madrid, acabé en una reunión de mujeres y hombres todos ellos nacidos durante los 60, y pude ver con mis propios ojos cómo se divierten tus padres cuando salen por ahí de fiesta. La excusa era perfecta, el rockanrolla de Sheffield, el ex Pulp Richard Hawley tocaba en la sala But. No venía a Madrid desde 2015 y prometía una sesión “íntima” sin banda que le acompañara esta vez. La experiencia de escuchar a Hawley no es apta para mozuelos imberbes y carteras vacías. Mi presencia en la pista rompió la media de edad, fui corresponsal Z en esta aventura para vosotros jugadores. Porque el boomer también tiene derecho a divertirse y nosotros a saber cómo lo hace. Aquí va el pack completo de un lunes de septiembre. Ir al centro en coche y directo al parking, diez euros. Cena rápida en los aledaños de Tribunal, algo más de cincuenta. Entrada para ver An Intimate Evening con Richard Hawely, 30 euros por cabeza. Birra dentro de la sala, ocho euros. Copa después en la azotea del hotel Eurostar, veinticinco euros, y con esto cerramos la noche. Acordarte de tu amor adolescente mientras suenan los acordes de Coles Corner mientras y Hawley canta con su atercipelada voz eso de “Hold back the night from us, Cherish the light for us, Don’t let the shadows hold back the dawn”. (Guárdanos la noche, Aprecia la luz para nosotros, No dejes que las sombras retengan el amanecer) NO TIENE PRECIO.
A mi lado, una señora de alrededor de 50 años disparaba güasaps sin parar a los contactos de su agenda mientras Hawley ya rasgueaba su guitarra. Como a los niños cuando molestan en la mesa al comer, la sala estaba repleta de carteles advirtiendo de que el artista necesitaba silencio. Sonaron varios móviles durante la velada con ese politono indescriptible que solo tienen las madres y que mientras lees esto suena en tu cabeza. Tu madre y mi madre, y todas las madres, comparten ese tono de llamada y la endemoniada vibración que le acompaña.
Nuestra amiga mandaba fotos del concierto, pero también respondía a mensajes que nada tenían que ver. “Ok paqui, hablamos bss”. Luego, grabó la nuca de un hombre calvo que tenía delante durante diez minutos enteros mientras sujetaba el móvil con dos las manos. Hawley sucumbía a sus clásicos inmortales y cantaba Tonight the Streets are Ours (“fucking little fascists”, gritó en la pausa en referencia a la política British y el Brexit) a la vez que en el video de nuestra amiga aparecía el artista recortado sin cabeza. Un vídeo que nadie volverá a ver nunca más. Boom. Otro hombre, también calvo, un poco más adelante, tiraba fotos en horizontal y cada vez que pulsaba el botón, el disparador de la cámara de su móvil hacia ese ruido de cámara tan boomer. Para que luego digan de los jóvenes y el respeto y la tecnología y las pantallas y las adicciones y bla bla bla.
Alguno se atrevió a bailar, pocos, sobre todo ellas. Más alegres siempre pasada cierta edad. Con ese ligero movimiento de hombros de lado a lado no vayamos a hacernos daño en las rodillas. Los hombres supongo que con el paso del tiempo perdemos el cabello y la gracia, preocupados por las formas y las composturas.
Richard Hawley es un hombre que impresiona sobre el escenario. La luz le cae por los hombros como una cascada de colores y su voz recorre cada esquina. El de Sheffield vendría a ser tu tío guay con chupa de cuero, tupé canoso, gafas de sol (da igual día o noche) y pendientes, que siempre sabe cómo sacarte una sonrisa. Te fumas tu primer cigarrillo con él y le cuentas tus problemas antes que a tus padres. Te tira un chiste y luego un consejo de sabio. Escuchar a Hawley es ver una película de Disney o lo que sientes cuando te enamoras por primera vez. Música para corazones sensibles.
En la But no hubo pogos, solo silencio y palmas y risas de padres y madres. Risas de conversaciones de cumpleaños. Risas de adultos en una sobremesa con vecinos. Él hablaba en inglés entre canción y canción a un público que fingía entenderle, porque todos sabemos que el inglés en España se enseña mal.
Sin embargo, se hizo la magia. En los ojos de estos padres y madres pude ver a los niños y niñas que un fueron un día. Pude ver en sus pupilas los recuerdos de verano montando en bicicleta o las carreras por los parques dando patadas a un balón o jugando a la rayuela. La tarde íntima con Hawley fue religiosa. El otoño ha llegado a Madrid, los boomers se divierten.
Richard-Hawley_3.jpg