Meteoro, el título de la primera novela de la escritora madrileña Mireya Hernández, hace alusión a la estela que dejan las personas, los momentos y las cosas cuando desaparecen. En ella Martina, la protagonista, narra en primera persona el desgaste de su relación con Pablo al mudarse de Madrid a una aldea de once habitantes en Huesca. El amor, la familia, la enfermedad y la muerte son algunos de los temas que vemos aparecer mientras asistimos al deterioro de la casa que habita la pareja, como metáfora de su propia relación. Escrito con una prosa sencilla y elegante, Meteoro conquista al lector por su honestidad y delicadeza. Hablamos con la propia Mireya para que nos cuente más.
¿Cuándo empezaste a escribir?
En casa siempre hubo pasión por las historias y había libros por todas partes, y en el colegio tuve la suerte de tener un par de profesores muy buenos que fomentaban mucho la escritura, así que empecé a escribir desde muy pequeña, primero unos relatos para la revista escolar y luego unos poemas adolescentes terribles. Cuando tenía quince o dieciséis años mi hermano Abel me recomendó una lista de libros que, de no ser por él, seguramente habría leído mucho más tarde. Fueron esas lecturas y las que vinieron después lo que me llevó a estudiar Filología. En la facultad empecé a escribir cuentos, y después, cada vez que viajaba o vivía en otro país, mandaba unos correos larguísimos relatando mis experiencias e impresiones. Escribir ha sido siempre algo muy natural.
¿Cómo fue el paso del cuento a la novela?
Yo no tenía ninguna intención de escribir esta novela. De hecho quería escribir otra historia, pero no me salía. Cada vez que me ponía me bloqueaba. Y un día me empezó a salir esto, como un vómito. Encontré esa necesidad de contar una historia que no había encontrado en la anterior. Tampoco sabía lo que estaba haciendo, ni si era una novela o un cúmulo de fragmentos inconexos. La verdad es que no fui muy consciente de lo que había hecho hasta que monté todos los capítulos y les di forma.
¿Cómo fue ese trabajo de montaje, de ensamblar todas las piezas sueltas?
Más o menos tenía la idea de cómo empezarla y cómo terminarla, pero me di cuenta de que según cómo ordenara los fragmentos iba a contar una historia u otra, como pasa en el cine. Estuve un par de días intentando montarla de la mejor manera posible, leyéndomela una y otra vez, encajando y desencajando las piezas como en un puzle. Luego vi que había huecos, que tenía que reconstruir algunos vacíos, y a partir de ahí ya rodó todo.
En vez de hacer el proceso más clásico, que sería pensar en una estructura y ponerte a escribir, aquí escribiste y luego tuviste que pensar en la estructura.
Exacto. Yo escribía lo que me salía en cada momento. No seguía ningún orden, no tenía ningún método. Fue un proceso muy instintivo.
¿Con qué dificultades te has encontrado al escribir la novela?
Al hablar de algunos temas muy trillados como el amor, el desamor, la muerte o la herencia familiar, el mayor problema era caer en el tópico. Creo que ha sido lo más difícil: coger un tema muy repetido y darle la vuelta para evitar los lugares comunes y no pecar de cursi.
¿Cuál es tu proceso de escritura?
No soy muy disciplinada y me cuesta ponerme rutinas y horarios, pero, aunque suene ridículo, creo que no solo escribo cuando estoy físicamente delante de un cuaderno o de un ordenador. Voy por la calle y voy escribiendo mentalmente. Si veo una escena que me gusta, me la guardo, ya sea en el metro, en una exposición, hablando con un amigo o viendo una película. Por eso luego escribo rápido, porque me siento y tengo las notas ya apuntadas en la cabeza. Tiro mucho de la memoria, de los recuerdos, de ideas que luego me sirven para contar cosas que quiero contar. No es algo que me imponga. O sale o no sale, no me fuerzo.
“Escribir es como estar en el diván del psicoanalista. Sacas cosas que de otra manera no sacarías.”
Cuando escribes, ¿piensas en un lector en particular?
No, no tiene sentido porque entonces te censuras. Creo que lo interesante es escribir algo para ti. Sabes que seguramente lo leerá alguien, pero no piensas en ese alguien porque entonces escribirías de otra manera. Bolaño hablaba de escritores mujeres y escritores amantes. El escritor mujer es complaciente, "buenista," escribe algo que todo el mundo pueda leer. Y el escritor amante es el que hace un poco lo que le da la gana sin importarle el qué dirán. Es más puro. Yo creo que todo arte tiene que surgir de la necesidad, si no no es arte. O por lo menos no es un arte válido para mí. Tiene que ser una cosa que esa persona no pueda dejar de hacer. No hay que escribir nunca por obligación. A mí me gustaría preservar eso, aunque escriba dos novelas en mi vida. No quiero que sea una cosa impuesta. Esto me salió precisamente porque no me lo estaba imponiendo y la historia que quería escribir no me salía porque en ese momento no la tenía que contar.
¿Qué provecho le sacas a la escritura?
Escribir me ordena muchísimo las ideas. Es una manera de tener todo más claro. Me ayuda a respirar, a estar más tranquila. El tópico de la literatura como algo terapéutico es cierto, por lo menos en mi caso. Escribir es como estar en el diván del psicoanalista. Sacas cosas que de otra manera no sacarías.
Meteoro tiene tintes autobiográficos: tú misma estuviste viviendo en un pequeño pueblo de Aragón con tu pareja. ¿Por qué crees que las personas que vivimos en la ciudad idealizamos la vida rural?
Primero, por desconocimiento. Tendemos a idealizar lo que no hemos vivido y siempre queremos lo que no tenemos. Si estás rodeado de asfalto, lo que quieres es irte al mar o a la montaña. Si te has criado en un pueblo, lo que ansías es irte a una ciudad, por pequeña que sea. Y luego por necesidad. Vivimos una situación de crisis y la gente está harta de no poder vivir bien, de no poder pagar el alquiler, y se plantea llevar una vida más económica en el campo. También hay gente que no aguanta el ritmo de la ciudad, a la que no le gusta y quiere optar por una vida más tranquila, que es algo totalmente respetable. Si puedes hacerlo, si consigues hacerlo y ser feliz, fenomenal. Pero no todos estamos preparados para ese tipo de vida, si no estaría todo el mundo en el campo. La gente que trabaja desde casa se habría ido ya a repoblar un montón de aldeas que hay abandonadas por España y que están desapareciendo. Si no pasa también es por eso, porque no es tan bonito ni tan fácil.
¿Fue difícil encontrar una editorial que te publicara?
Conocí a Elvira Navarro hace unos años en un taller de Fuentetaja y cuando me enteré de que era la editora invitada de Caballo de Troya le dije que estaba escribiendo una novela. Me dijo que ya había seleccionado siete de los ocho libros que podía editar y que estaba leyendo cosas muy interesantes, que se la mandara pero que no me hiciera ilusiones. Y a los dos días me escribió diciendo que le estaba encantando y que el puesto era mío. Fue la primera persona a la que le mandé el borrador, así que tuve mucha suerte.
Después de haber publicado tu primera novela y de haber recibido buenas críticas, ¿sientes presión de cara a tus nuevos proyectos?
Ahora mismo estoy tomando notas, tengo algunas ideas, pero aún estoy con la resaca de todo esto. La novela se publicó en octubre y necesito tiempo para procesarlo todo, y sobre todo para que me llegue un tema que me agarre y tire de mí con fuerza. Siento que me tendría que poner ya con otra cosa, pero no me quiero presionar. Contaré algo cuando tenga que contarlo.
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