Todavía andamos reponiéndonos de la última edición de Sónar, en breve tendréis nuestra crónica, pero antes queremos llamar la atención sobre las instalaciones que Absolut presentó en el festival. No una ni dos, sino tres propuestas artísticas que cubrieron los espacios de Sónar Día, Sónar Noche y Sónar+D, todas con un único objetivo: potenciar la creatividad de los asistentes con experiencias sorprendentes que por momentos te trasladaban a una nueva dimensión. Sin límites. Sin barreras. Y con la vista puesta en el futuro. Un futuro más luminoso y mejor. O al menos así queremos imaginarlo.
Empezamos como no puede ser de otra forma: por el día. Justo al lado del Village, la instalación interactiva de Absolut no pasa desapercibida. Desde fuera puedes intuir qué sucede dentro; pero no te quedes ahí mirando, lo mejor es vivirlo en primera persona. ¿Entramos? Para hacerlo es necesario rellenar primero un formulario. Tus respuestas se traducen en un color determinado, lo mismo que sucede con el resto de usuarios. Una vez cruzas la puerta entras en un espacio nebuloso en el que la luz y el color cambian en función de las diferentes personas con las que te vas encontrando. De esa forma la instalación acaba convirtiéndose en un organismo vivo, mutante, mientras tú avanzas a tientas entre el humo y las variaciones cromáticas suspendido por un momento en un cápsula ajena al trasiego exterior.
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Ya en el Sónar noche, dispuestos a todo decidimos empezar con un cóctel, un Absolut Cranberry para ser más exactos. Lo que de lejos parece una barra sacada de la coctelería más cool de la ciudad, se destapa ante nuestros ojos una vez te acercas como una nueva instalación. La gran estructura volumétrica y tridimensional, presidida por un tótem de cuatro caras y seis metros de alto, es una obra en sí misma y a su vez, el marco perfecto para acoger el trabajo de un artista como Joan Guasch, que experimenta con varias técnicas para mezclar lo real y lo virtual en una suerte de paisajes surrealistas que desde las pantallas de la instalación se expandían por el recinto.
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Y llegamos a la tercera y última propuesta, esta vez linkada al Sónar+D y en colaboración con la School for Poetic Computation, una escuela de arte de Nueva York fundada por Zach Lieberman y Taeyoon Choi, que explora las intersecciones entre código, diseño, hardware y teoría. ‘Más poesía, menos demo’, reza su lema. Su instalación, Re-coded: la recreación a partir de herramientas modernas de algunas de las obras de dos pioneras en esto del arte computacional, Vera Molnar y Muriel Cooper. Todo para mostrar por primera vez el alma de sus trabajos, y revelar de paso que la belleza también puede encontrarse en los códigos informáticos.
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