El odio puede ser un arma muy poderosa, y su difusión aún más. En el mundo hay miles de conflictos, y día a día se viven situaciones que desde nuestro sofá nos pueden parecen surrealistas o de otro planeta. Pero no son casos aislados, todo nos implica más de lo que pensamos. El domingo pasado, en motivo del D’A Film Festival Barcelona, fuimos a ver Hate Songs, el nuevo trabajo de Alejo Levis, con el que hemos tenido el placer de hablar en esta entrevista. En colaboración con la productora de fines sociales Mundo Cero y ACNUR, el director se ha lanzado a la piscina con este thriller psicológico con el que ha asumido el reto de narrar una historia en el marco del genocidio de Ruanda del 1994.
La historia gira en torno a la radio RTLM (Radio Television Libre Des Mille Collines), emisora hutu que se dedicó a generar mensajes y canciones de odio para incitar al exterminio de la población tutsi. Los actores Àlex Brendemühl, Nansi Nsue y Boré Buika dan vida a los únicos tres personajes de la historia, que se reúnen años más tarde en la antigua sede de la emisora para ensayar un programa en memoria al genocidio.
Ocurre todo en un único espacio cerrado, que sirve de escenario para narrar todo un universo donde la psicología de los personajes es suficiente para tocar diferentes temas como la manipulación mediática, la memoria histórica, la esperanza, el dolor o las heridas abiertas. “En esos debates, lo bonito es comprobar que da igual de dónde seas, que somos todos humanos y, en el fondo, somos todos un poco lo mismo”. Agéndalo, que se estrena en la gran pantalla este viernes 19 de abril.
En primer lugar, felicidades. Vi la película en el D’A y fue increíble, el público no podía parar de aplaudir. Me atrevería a decir que todos salimos conmovidos de la sala. ¿Qué crees que consigue transmitir Hate Songs a las personas?
Pues no lo tengo aún muy claro, porque el feedback del D’A para mí fue el primero. Estuvimos en el Festival de Málaga, pero fue muy frío porque hicimos un pase y luego nos llevaron a la alfombra roja directamente. En Málaga se lleva más lo de hacer fotos que ver pelis (risas), y no pude hablar con los espectadores. Y claro, ayer hubo una avalancha de opiniones y de comentarios que para mí fue un, ostras, vale, guay, ¿te ha gustado? Estaba todo el rato preguntándolo, de verdad que no sabía cómo la iba a recibir la gente.
De momento, lo que estoy viendo es que interesa muchísimo el tema. Siendo un tema duro que a priori igual te tira para atrás, las personas entran y les interesa y les hace pensar más allá de Ruanda, ya que al final este es un marco para la historia, y piensan en cosas actuales e incluso propias. Luego también mucha gente me dijo que había disfrutado de la película como thriller, simplemente por la tensión que tiene y por narrativa pura.
¿Cómo y cuándo te vino la idea de hacer esta película?
En realidad es una especie de encargo. El productor Ibon Cormenzana me contó que quería lanzar esta nueva productora de fines sociales, Mundo Cero, y me planteó hacer una película. Me propuso varios temas y pensé que el de la guerra era urgente, o al menos a mí es el que me parecía más importante. Como es una productora pequeña, pensé en hacer una película que no fuese una gran producción (porque con este tipo de proyectos se tiene que ser coherente) y hacer algo pequeño para recaudar fondos. Quise hacer una película que pasara en un solo espacio, y me vino la idea de esta radio de Ruanda, que ya había leído sobre ella. Creo que la descubrí en un artículo y luego ya leí algunos libros y vi también una obra de teatro en Venecia que trataba sobre el tema. No sabía la historia de esta radio y flipé. De golpe pensé que era un buen sitio para hablar de algo más grande, ¿no? Y así fue.
Justo te iba a decir que aunque vayan apareciendo subcapas, la historia gira alrededor de la radio RTLM, que transmitía a sus oyentes mensajes y canciones de odio para incitar al exterminio de la población tutsi. ¿Dirías que, entre otras reflexiones, se cuestiona el papel y la responsabilidad social de los medios de comunicación más allá de este conflicto?
Sí. Uno de los temazos de la peli es la manipulación mediática, las fake news y el poder, por lo tanto, la responsabilidad que hay detrás de los medios de comunicación y también del mundo de la cultura. El mostrar hasta qué punto se puede llegar a influenciar a la gente y eso convertirse en algo peligroso. O sea, sí, inevitablemente es uno de los grandes temas.
Las fake news, la manipulación y los discursos de odio siguen estando en el foco mediático, aunque esta vez tenemos otra arma, Internet. En relación con lo que se dice en la película, “no se mata solo con un machete”, ¿crees que tenemos delante un arma mucho más poderosa que la radio?
Claro, es que estamos hablando de una radio. Imagínate que piensas, ¿cómo puede ser que una radio provocara eso? También hay que entrar en el contexto de cuándo se oía y de cómo estaba el país en ese momento. El punto está en que Internet llega a todo el mundo y que, además, es muy difícil de controlar porque las noticias corren muy rápido. Todo esto del clickbait y el compartir es tan rápido que no puedes verificarlo. Pero es que incluso los propios medios, muchas veces, también actúan así. Venga, noticia fuera, sin comprobar lo que se dice, y eso es peligrosísimo porque es un arma. Muy fácilmente puedes crear odio en la gente y pueden calar unos discursos que, si aprietas un poco, enciendes la mecha.
En el caso de la película, los locutores decían, “ir a tal dirección que está no sé quién y matarle”, o, “esperaros en tal calle”, y esto es un poco lo mismo que cuando enviamos en grupos de WhatsApp “quedamos a tal hora, en tal sitio, para una manifestación”. Esto ha pasado y está bien en cierta forma, ya que es una manera de comunicarse y de montar pollos en muy poco tiempo. Y si solo por WhatsApp ya corre muchísimo, pues imagínate la que puedes liar. Y eso, interesadamente, alguien que encima lo use como arma, puede ser muy bestia y destructivo.
Lo que se narra en la película es completamente crudo y honesto, y trata de mostrar y reconocer lo que pasó. Justo hace treinta años del genocidio, y las personas aún tienen que convivir entre sus vecinos, sabiendo todo lo que hicieron. ¿Crees que dar la cara o la sinceridad ayudan a cerrar la herida?
No. Yo creo que la herida (por lo que me decía la gente que lo había vivido en Ruanda) no se puede cerrar, es demasiado profunda. Cuando tienes a toda la familia muerta o han violado a tu madre, no es tan fácil. No puedes decir, bueno, pues nada, vamos a convivir con los violadores. Eso es imposible.
Pero lo que sí que se puede hacer es dejar de un lado, aunque cueste muchísimo y sea un gran esfuerzo, el dolor personal o la parte más egoísta, en pro del bien común, que es un poco lo que están haciendo ellos. No te hablan de perdón, te hablan de reconciliación, simplemente para poder tirar adelante.
Aparte de director, también has sido uno de los guionistas. En el proceso de creación del guion, ¿cuál era el enfoque que le queríais dar? ¿Desde un principio la idea era dar ese mensaje de reconciliación y esperanza?
Yo lo tenía clarísimo desde el principio porque estás haciendo una película con la idea de motivar a la gente a cambiar. O sea, no puede haber un ‘no hay futuro’. En ese sentido, la idea de hacerlo sobre Ruanda tenía que ver con eso, es un ejemplo (o inspiración como mínimo) de un lugar donde, sorprendentemente, parece que lo han superado. Es uno de los países más prósperos de África y, bueno, parece que funciona. Pensando en esa historia, y aunque haya sido tan terrible, hay un punto muy luminoso de decir, fijaos en esta gente. Para mí eso era básico.
Después tuve que debatirlo con la coguionista, Dennis Duncan, que entró más tarde, porque ella quería ir a muerte y que acabase eso como el Rosario de la Aurora. Y es verdad que da para decir que esto no puede acabar bien, porque en la lógica que tenemos en la cabeza y en nuestra mentalidad es imposible que haya esperanza, estos tienen que acabar matándose o no me lo creo. Además, hacer creíble eso desde nuestra perspectiva fue lo más difícil.
Claro, justo te iba a decir que la realidad que se vivió en Ruanda está completamente alejada de la nuestra y es complicado abordar el desafío de narrar esta historia sin caer en la mirada occidental. ¿Cómo afrontaste el hecho de contar esto desde una perspectiva fiel a su experiencia?
Yo sentí un nivel de responsabilidad muy bestia cuando volví de Ruanda. Porque me pasó justo esto, tuve un momento de decir, ¿quién soy yo para contar esto? O sea, ¿yo ahora qué narices tengo que hablar de la historia de esta gente? Pero luego también es verdad lo que te decía antes, que Ruanda es una especie de marco en la película porque hablamos de temas que en el fondo nosotros hemos vivido con la Guerra Civil.
Por ejemplo, aún se sigue hablando de memoria histórica y de si reabrimos heridas del pasado y muchos más debates. Se sigue hablando de si en Gaza hay un genocidio o no, y se sigue hablando de que la comunidad internacional lo ignora, y también todo el tema de la manipulación mediática. O sea, al final habla de temas que nos tocan de una forma muy clara y muy personal.
Sí, es verdad que esos temas son más universales y nos afectan a todxs.
El guion estaba planteado un poco así, en el mostrar todas las caras. En el fondo tampoco es un ‘voy a meter mi visión aquí del tema’; es más un ‘vamos a mostrar al occidental que pasó de todo’. Luego vamos a mostrar a la tutsi que se fue del país y que ahora vuelve con unas ideas nuevas y que, de alguna forma, representa a las víctimas del genocidio. Luego mostramos un hutu que también fue víctima de la movida que pasó en el país en ese momento. Entonces había ‘un algo’ de poner la base histórica reflejada desde varios sitios y a partir de ahí construir un thriller.
Porque al final es eso, vamos a hacer una peli; no somos historiadores, no vamos a hablar solo de esto, es únicamente el marco. Y a partir de aquí construir unos personajes que se aguanten, unos conflictos interesantes y que avance la película desde lo humano, de cómo reaccionarías si tuvieras delante a alguien que crees que ha matado a tu hermano. ¿Qué le dirías? ¿Y por qué necesitas que te diga algo? En esos debates, lo bonito es comprobar que da igual de dónde seas, somos todos humanos y, en el fondo, somos todos un poco lo mismo. A partir de esta idea, vamos a hacer una película lo más humana posible sin pretender ser ruandeses. Explicar una historia que plantee estos conflictos y ya está.
Aun así, para entender este marco, tiene que haber muchísima investigación detrás. Hubo un viaje a Ruanda en el que ya has comentado que viste esas ganas de poder seguir adelante. ¿Qué más extrajiste de esa experiencia que se vea reflejado en el film?
El viaje fue clave porque no fui únicamente a grabar cosas, sino que también fui a documentarme y, sobre todo, a hablar con gente. Al principio iba muy de puntillas porque no sabía cómo entrar en el tema, pero vi que la gente estaba abierta a hablar al respecto. Fue muy sorprendente porque que alguien te hable de que mataron a no sé quién o te digan ‘mira lo que pasó aquí al lado de mi casa’ es muy bestia. Hubo uno que me dijo que sobrevivió porque estuvo metido entre cuerpos haciéndose pasar por muerto en una pila de cadáveres durante no sé cuántos días. Te dicen estas cosas como quien te está hablando del partido de fútbol del día anterior. Yo estaba en shock, no me lo podía creer. Me acaban de contar la cosa más bestia que me han explicado nunca, y al día siguiente más de lo mismo.
Normal, es algo muy impactante e incluso traumatizante.
Fue algo muy fuerte que todo el mundo te explicase esas cosas y de esa forma. Y claro, mis preguntas iban en el sentido de intentar entender por qué no hay sentimiento de venganza. Realmente no odian. Entendí que están haciendo un gran trabajo de cara a futuras generaciones. Están pensando en el futuro, no en ellos. Piensan en que si paran esto, sus hijos podrán convivir en la escuela entre hutus y tutsis sin problemas, y los hijos de sus hijos sabrán lo que pasó porque lo leerán en libros, nada más. Esto te lo dicen y solamente puedes pensar que ole vosotros, porque me parece un acto de generosidad suprema. De aquí viene esa esperanza que vemos en la película.
¿Hay planes de que el film llegue a Ruanda?
Eso es todo un tema. Ruanda, ahí donde lo vemos, es realmente próspero, está superbonito y es una pasada de país para visitar. Parece que están bien e incluso hay mucho apoyo al gobierno, pero es una dictadura, y eso implica que todo lo que es libertad de prensa o libertad de expresión no existe. Es la típica democracia encubierta en la que solo hay un partido. Además, no hay cines como tal. Todo es oficial; todos los actos culturales y toda la prensa y medios de comunicación son del gobierno. Y esta película no es especialmente complaciente, digamos, con el gobierno. Es un poco crítica, en realidad. Entonces, a mí me daría miedo irla a presentar.
Pues descartado. ¿Y alguien que vivió los hechos en primera persona se ha leído el guion o ha visto la película?
El otro día en el D’A (que no lo dijimos porque ni caí), había dos ruandeses en la sala que conocimos hace poco. Hay un chaval que, gracias a ACNUR, está estudiando un máster aquí y toda su familia sigue viviendo allí. Es del Congo y se fue a Ruanda a vivir en un campo de refugiados y ahora, gracias a una beca que le dio ACNUR, ha podido estudiar aquí. Y sí, le impactó la película.
También se la enseñé a una actriz ruandesa que conocí justamente en el viaje a Ruanda, aunque ya sabia de antes quién era porque cuando empecé a buscar actores ruandeses para la película di con ella por internet. El caso es que fue una casualidad increíble porque ella vive en Francia y justo me la encontré allí, en una librería, y hemos mantenido el contacto. No ha visto la película acabada, pero le pasé el guion y también un primer montaje. Es lo que dices, yo necesitaba esto, que no parezca que vengo aquí a soltar mi movida y luego que lo vea un ruandés y diga, ¿qué estás contando? Pero no, a ella le gustó mucho que con tan poco hubiésemos tocado y explicado tan bien la situación. Así que de momento las personas que la han visto han dado el ok (risas).
Qué bien, porque es muy importante. Al final, lo que decías, es una responsabilidad enorme.
Sí, es mucha responsabilidad. Lo que pasa es que yo también era consciente de que esta peli no se iba a estrenar en Ruanda y he pensado mucho en un público occidental. Así que, en el fondo, tiene la sensibilidad para que se vea aquí.
No es necesario irse muy lejos para ver que hay conflictos a los que se les da mucha voz y después parece que ya nadie se acuerde de ellos, como por ejemplo está pasando ahora con Ucrania y Rusia. Me parece muy significativo que la película consiga dar voz a un conflicto del que muchas personas no se acordaban o incluso desconocían. ¿Lo teníais en mente?
Sí, a mí me parece muy guay. No era una cosa pretendida inicialmente, pero ahora me doy cuenta y estoy muy contento. Es un conflicto casi olvidado de un país africano que nunca está en el foco. Un país tan pequeño como Ruanda, que tampoco aporta ni interesa mucho en Occidente. No es como el Congo, que tiene un montón de recursos naturales. Que de golpe pongamos el foco ahí y que sirva para pensar en cosas que nos afectan a nosotros directamente es muy guay. Que no pensemos, lo que pasa ahí en África me da igual porque no tiene nada que ver conmigo, sino que digas, ah, pues igual sí que tiene que ver conmigo. Y eso me ha gustado mucho.
Ya para terminar, te quería preguntar sobre la productora Mundo Cero y la colaboración con ACNUR. ¿Qué nos puedes contar de esta singularidad del proyecto?
Mundo Cero nace con la idea de hacer pelis y, con lo que se recaude, financiar causas y acciones sociales muy concretas de ciertas ONG. La idea es vincular una temática con acciones que tengan que ver con ella. Con esta peli, pensamos en ACNUR, porque Ruanda ahora mismo es un sitio de acogida donde hay un montón de refugiados, y ellos actúan mucho ahí.  Se lo enseñamos para ver si les podía interesar y para que nos explicaran qué proyectos tenían y cómo encajar con ellos. Y ellas (son todo mujeres) lo vieron clarísimo. Ruanda siempre ha sido un sitio de acción muy potente y nos plantearon colaborar con escuelas de ahí.
En cualquier causa social siempre acabamos en este foco, porque la educación es la clave para que no te manipulen y para poder prosperar. No dar arroz para que coman un día, sino hacer que tengan herramientas para tirar adelante. Así que nos parece superchulo el poder colaborar con escuelas y proyectos de educación de los campos de refugiados.
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